
Los últimos datos de evolución de precios publicados por el Instituto Nacional de Estadística (INE), han desatado todos los temores de un posible proceso de deflación en la economía española, contemplado por la mayoría de los analistas como el peor escenario posible. Sin embargo -como suele ocurrir en Economía- lo que se cree evidente dista mucho de ser la realidad y, por tanto, conviene clarificar el escenario de precios y cuál es su impacto sobre nuestro día a día.
Los datos adelantados de precios de consumo han sorprendido por la bajada inesperada en la cuantía en que lo ha realizado el IPC armonizado hasta una tasa del -1,1% interanual en diciembre. Esta reducción de los precios está explicada casi en su totalidad por el descenso de los precios de dos productos, de los cuales España es importadora neta: petróleo y gas.
La reducción drástica de los precios del petróleo desde el máximo marcado en junio (43% aproximadamente) ha ejercido una presión inmediata tanto sobre las estructuras de costes de las empresas como sobre las decisiones entre consumo presente y futuro de los agentes. En especial, al tratarse de un input fundamental en la elaboración de cualquier producto, los shocks producidos en su precio se trasladan de forma asimétrica a todos los componentes de índices agregados como el IPC armonizado.
Suben alimentos y bebidas y baja la energía
El efecto asimétrico de la reducción de los precios de la energía es más fácilmente observable si observamos el IPC por dentro, es decir, desagregado en sus respectivos componentes. De cuatro partidas esenciales, tres crecen en el entorno del 0,2% y 0,3% (alimentos-bebidas-tabaco, servicios, vivienda y precios regulados), mientras que la cuarta (energía) arrastra a todos los demás componentes con una caída superior al 3%.
En este sentido, observamos una clara diferencia entre el comportamiento de los precios del conjunto de bienes y servicios en el IPC y los precios energéticos, difícilmente observable con mediciones tradicionales como el denominado IPC subyacente.
La técnica estadística que se sigue en el IPC subyacente (quitando energía y alimentos no elaborados) no es suficiente para aislar el efecto de los precios energéticos, pero sí nos sirve como guía para detectar cuál es la verdadera situación de los precios en la economía. Para el cierre de año, estimamos que la tasa de inflación subyacente cierre en el -0,15%.
Desinflación más que deflación
Dado el desglose de los componentes del IPC y la inflación subyacente, ¿cabe afirmar que España está en deflación? Atendiendo a la definición clásica, la deflación es un proceso de caída generalizada de los precios de una economía, el cual puede generarse por múltiples razones, pero con singular rareza en la historia económica. Por tanto, si el componente energético es el que arrastra a todos los demás con una inflación subyacente cercana a cero, la situación dista mucho de ser un proceso de declive generalizado de precios que pueda denominarse como deflación.
Si de verdad España estuviera en deflación, observaríamos retrasos en las decisiones de consumo, ya que los agentes preferirían comprar mañana a comprar hoy teniendo la certeza de que el precio de los bienes que van a comprar serán más baratos. Precisamente, lo que está ocurriendo en la economía española es exactamente lo contrario. El consumo privado es el motor de la economía (2,6% interanual) gracias a que están descontando fuertemente el presente (prefieren consumir hoy que mañana). Esto se observa en la evolución del ahorro, con una tasa de ahorro familiar negativa y la apelación al ahorro externo para financiar el consumo (vía importaciones creciendo un 9% anual con un 70% automóviles y bienes perecederos, según Aduanas).
Con esta situación, un término más preciso es, sin duda, el neologismo desinflación o, dicho de otra forma, estabilidad de precios. Tradicionalmente, uno de los grandes frenos de la economía española ha sido la inflación, la cual en plena crisis repuntó hasta el 5% también por causa de los precios del petróleo. Si la evolución de los precios supuso un golpe mortal a la economía, hoy es la mejor aliada para la salida de la crisis.
Especialmente importante es el impacto de la caída de los precios energéticos sobre nuestro PIB. Según nuestras estimaciones, cada punto porcentual de caída del precio del barril Brent supone una centésima porcentual más en la tasa de crecimiento del PIB. En este sentido, la caída del precio del petróleo dejará entre cuatro y cinco décimas más de crecimiento de PIB para el próximo año 2015, lo cual es un efecto más que beneficioso para la marcha de nuestra economía.
Javier Santacruz Cano, economista e investigador en la Universidad de Essex (UK).