
Si el precio del barril de crudo baja a los 40 dólares, la situación puede ser insostenible.
En mis clases siempre suelo comentar que a la economía no le gustan los excesos, que detrás de un pro siempre hay un contra y por tanto lo mejor es el equilibrio o los movimientos tranquilos, nada de virulencia ni extremos. Viene esta reflexión a cuento por algunos de los hechos que están ocurriendo en este final de año.
Hasta la economía española están llegando una serie de impulsos que pueden ser altamente beneficiosos. En enero comenzaremos a sentir la muy tímida rebaja del IRPF, lo que aumentará la renta disponible de las familias, duramente golpeada en esta crisis por la caída de los costes laborales y los innumerables aumentos de impuestos. Por otra parte, las familias que se encuentran endeudadas, que son bastantes, contarán con otra ayuda como son los niveles prácticamente nulos del euribor.
También ayudará a aumentar el gasto o a amortizar deudas de nuestro sector privado, cómo no, una de los hechos más comentados en estos días: la caída del precio del petróleo. Además, la caída del precio del barril permitirá a la economía española avanzar en la balanza por cuenta corriente, especialmente ahora que la incipiente recuperación de la demanda interna ha insuflado brío a las importaciones. Por cierto, y ya que comentamos la balanza por cuenta corriente, señalar que la depreciación del euro puede también ayudarnos en nuestras ventas en el continente americano.
Hasta aquí las valoraciones más corto placista que podríamos hacer, todos pro. Todo sería parabienes si el precio del petróleo hubiera bajado. El problema es que no ha bajado, se ha desmoronado y ante es desplome surgen las preocupaciones. Es en la visión de largo plazo donde aparecen los contras.
En primer lugar están los países que viven del crudo. elEconomista informaba que la posibilidad de default de Venezuela alcanza casi el 75 por ciento, dado que aquel país prácticamente lo único que exporta es petróleo. Es cierto que ese impago no sería traumático para el mundo por las especiales características del país bolivariano y el restringido tamaño de la deuda, sin embargo en Iberoamérica hay otras economías afectadas. México, Brasil, Colombia, Argentina y Ecuador también van a sufrir un considerable impacto.
Llamativos los casos de Ecuador y Colombia, donde casi el 60 por ciento de sus exportaciones son crudo e innumerables estudios señalan que, con el precio del barril por debajo de 60 dólares, se podría producir una fuerte recesión en ambos países. Menos problemático se presenta la situación para México, pues el abanico de sus exportaciones es mucho más amplio, aún cuando se reduciría la llegada de inversiones para proyectos de extracción, algo que el país se había puesto como objetivo. Brasil no es un gran exportador puesto que su producción es básicamente para autoconsumo, aún cuando la caída rebaja las previsiones de explotación de algunas de sus reservas.
En ningún caso estoy hablando de fuertes contracciones en las economías iberoamericana, pero los problemas comienzan a vislumbrarse. Desde luego, si el precio del barril alcanza los 40 dólares, a ese nivel sí hay que desplegar los peores temores. No, no se me ha olvidado Rusia, donde gas y crudo son el 63 por ciento de las exportaciones y aporta al presupuesto federal un 50 por ciento del mismo. Cómo no, también, habrá que prestar atención a las inversiones en fracking. Allí se calcula que si el precio del barril es inferior a 50 dólares, aproximadamente el 70 por ciento de las explotaciones entrarían en pérdidas.
Vemos posibilidades ciertas de default en algunos países (Venezuela) o negocios (inversiones americanas en fracking) o riesgos de extensión de los impagos (Rusia). Y todo ello en un momento que la actuación de los bancos centrales de áreas desarrolladas ha provocado una burbuja en el precio de los activos financieros.
Si ahora se produjera una serie de default encadenados, la aversión al riesgo podría extremarse entre los inversores y sus consecuencias serían dramáticas. Repito que los bancos centrales, con la Fed a la cabeza, vienen creando burbuja tras burbuja desde la década de los noventa. Ahora esa burbuja puede estar en los bonos y la deuda pública de los países.
Como todos los males nunca vienen solos, en ese posible encadenamiento de default, si lo prefieren de fuerte inestabilidad financiera, hay que añadir uno que no dependería del desplome del precio del petróleo: Grecia. El país heleno es la prueba dramática de lo pésimamente que se ha gestionado esta crisis. A Grecia se le debía haber condonado desde un principio parte de la deuda. Por más que se renegocie, el país es incapaz de pagar su mora y los ciudadanos ya no pueden continuar en la situación de penuria que viven. No se pueden seguir parcheando esta situación. Europa debe decidir entre una quita y reestructuración ordenada de la deuda griega, incluso contemplar la salida del euro. Grecia ya está metiendo presión a los diferenciales de los países periféricos. Cierto que está el BCE, pero la elevación de los intereses tienen consecuencias.
A la olla a presión de la caída del petróleo y los efectos macroeconómicos que genera, se le une también Grecia.
Pero hay muchos más puntos conflictivos como son la ralentización China, el parón europeo, la caída del resto de materias primas, la retirada de medidas por parte de la Fed, la posible deflación en Europa, la situación japonesa. Detrás de todo ello, insisto, no lo olvide, la posible explosión de una burbuja financiera en activos financieros.