
Hoy quiero dedicar este espacio a uno de los directores de cine más importantes: Costa-Gavras, que con 91 años, y lleno de lucidez, estrena su última película, El último suspiro. Gavras, al que debemos obras clave como Z o Desaparecido, aborda en esta ocasión el tema de la muerte. No os asustéis, ya que Gavras sabe combinar el drama y la comedia en un equilibrio perfecto de ambos géneros. Pese a abordar un tema a veces tan temido como éste, el de las enfermedades terminales o la muerte asistida, lo hace desde una perspectiva distinta y emocionalmente válida que hace imprescindible su visión.
La historia de El último suspiro es la de Fabrice Toussaint, un escritor y filósofo al que detectan un tumor latente que en cualquier momento se puede activar y extenderse. El enfermo decide no hacer caso a su hermano, que trabaja en una clínica privada en Estados Unidos, y vuelve a Francia para ponerse en las manos de un del doctor Augustin Masset, que tiene su particular forma de atender a los enfermos enseñándoles a visualizar la enfermedad. De esta forma, Masset recorrerá con Toussaint el hospital en el que trabaja para mostrarle cómo trata a los pacientes, por si su enfermedad se complicara.
El espectador asistirá a situaciones cargadas de humor, pese a la enfermedad, y empatizará con las distintas historias. La clave está en el guion, una escritura perfecta que adapta de forma sencilla el libro de Régis Debray. Destacan las historias en las que intervienen dos grandes actrices: Charlotte Rampling, que con una secuencia te taladra en lo más hondo, y Ángela Molina, magnífica matriarca de una familia gitana.
Costa-Gavras nos hace reflexionar sobre cómo afronta la muerte una sociedad que tiene un desconocimiento casi total de los cuidados paliativos. Estamos ante una visión de una medicina que no sólo se dedica a curar, sino que se adentra en lo que algunos llaman tercera vía, que bien por desconocimiento o bien por temor ha sido poco practicada. Nos referimos al final de la vida.
Delicadeza y naturalidad
El último suspiro muestra la labor del médico en esa etapa tan importante en la que acompaña, ayuda y suaviza el sufrimiento para llegar a un final con serenidad y en libertad para elegir nuestra muerte. Gavras trata todo esto con la mayor naturalidad posible acercándose a un tema que está de plena actualidad. Lo hace desde una perspectiva sencilla, consecuente con la edad que tiene, reflexionando sobre cómo podrían ser sus últimos días, que esperemos que tarden mucho en llegar.
Nos brinda un trabajo lleno de delicadeza y naturalidad, un canto a la vida, porque también nos habla de cómo aprovecharla y saber coger las oportunidades que ofrece. Cuando se proyectó en San Sebastián, los críticos le dedicaron muchos piropos: "Obra crepuscular", "testamento"... Me quedo con su puesta en escena, perfecta y complicada de hacer, y con ese canto a la vida que es toda una celebración de la existencia.
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