
Lo que no pudo hacer la crisis financiera de 2008, romper el bloque económico europeo, quizá lo consiga la guerra en Siria. La llegada de miles de refugiados a través de los Balcanes desde el pasado verano ha levantado de nuevo las barreras fronterizas en Europa central. Sobre el papel Schengen, el tratado que elimina los controles fronterizos en buena parte de Europa, sigue vigente. Y en el tratado de la Unión Europea siguen figurando las referencias a la libertad de movimiento de mercancías y personas. Pero en la entrada a Alemania la realidad es bien distinta.
Las colas de camiones en el paso fronterizo cercano a Passau son largas. Las operaciones de búsqueda y captura de inmigrantes han hecho que los retrasos de cuatro horas sean algo habitual, y las empresas a ambos lados de la línea divisoria han tenido que incorporar a sus cuentas de resultados los costes cada vez mayores de una logística que, además de ser más cara, se ha hecho más imprevisible.
Es el caso de EBM Papst, un gigante mundial de la fabricación de sistemas de ventilación, cuyos camiones de aprovisionamiento se movían hasta el año pasado en un carrusel infinito y fluido: de Europa del Este a Alemania, y vuelta a las fábricas en oriente.
Barreras entre Alemania y sus talleres
"Nada en la industria alemana, y da igual que sean ventiladores o automóviles, puede existir sin las líneas de producción de Europa del Este", reconoce Rainer Hundsdoerfer, consejero delegado de EBM Papst y que gestiona factorías en Hungría, Eslovaquia y la República Checa.
"Recibimos los productos que necesitamos para hacer el ensamblaje aquí, en Alemania, justo cuando se necesitan", explica. Es el sistema just in time, que convierte la cadena logística en un reloj y que convierte a los camiones en almacenes móviles: si las piezas llegan siempre cuando tienen que hacerlo, ni demasiado tarde (la producción se pararía) ni demasiado pronto (habría que costear el almacenaje), los costes se reducen a la mínima expresión.
"Por eso", explica Hundsdoerfer, "los camiones circulan sin parar: vienen aquí, descargan, cargan y se van". Pero el responsable de esta empresa va más allá y advierte que el coste de necesitar más camiones para el mismo ciclo de aprovisionamiento por culpa de los controles fronterizos "no es el principal problema. El problema es que (si se reimplantasen las aduanas) ni siquiera podríamos producir como lo hacemos".
La advertencia de EBM Papst no está aislada en la industria alemana, aunque choca de frente con lo que quieren muchos votantes de ese país, que poco a poco -y especialmente tras la reacción casi histérica a la oleada de asaltos y agresiones sexuales en nochevieja en Colonia, en la que luego se demostraría que la práctica totalidad de los criminales implicados no son refugiados- están dando más apoyo a los partidos de ultraderecha.
Renunciar a Schengen equivaldría a decir adiós a buena parte de los 57 millones de movimientos de carga transfronterizos (y quizá también a los 24 millones de viajes de negocios) que conforme a los datos del Parlamento Europeo se producen cada año.
La fundación Bertelsmann ha calculado lo que costaría al conjunto de la Unión Europea que volviesen los controles fronterizos. Y la cifra es descomunal: 470.000 millones de euros menos al PIB del bloque en diez años. Más o menos como si cada primavera el continente perdiese a una fabricante del tamaño de BMW.
Muchos consideran que los controles son temporales y que, en cuanto cese la marea de refugiados se podrán levantar las barreras en las aduanas. Esa es precisamente la lógica que hay tras el acuerdo de la UE con Turquía para deportar a decenas de miles de refugiados, aunque sea en violación del derecho internacional.
Como en tantas ocasiones, el dilema al que se enfrenta la UE es el de convencer a unos pocos de que unidos, ganan todos. Si hacemos caso a Donald Tusk, el presidente de la Unión, el bloque se la juega si no consigue instaurar una política común en materia de inmigración que detenga la oleada. "Lo que está en juego es el colapso de Schengen, la pérdida de control de nuestras fronteras exteriores con todas sus implicaciones para la seguridad, el caos político en la Unión, una impresión generalizada de inseguridad y, en último término, el triunfo del populismo y del extremismo", advierte, para intentar alertar a los estados de que hay que detener a los inmigrantes -sí-, pero antes de que lleguen a la UE.
El problema es que la baraja de Schengen se ha roto ya. Austria, por ejemplo, acaba de confirmar que levantará las aduanas en su frontera con Italia ante la previsible entrada de refugiados procedentes de Libia. Porque cuando se cierra una ruta, siempre hay otra disponible.