En mayo de 2011 España se preparaba para un cambio político sin saber que, en realidad, el cambio realmente relevante estaba aún por llegar. Más de siete años después las elecciones andaluzas se van a disputar en un contexto que tiene mucho que ver con todo lo que se empezaba a vislumbrar por aquel entonces.
En ese momento se preveía lo evidente: que el 'zapaterismo' embocara su final tras ser devorado por su gestión de la crisis, mientras que el 'marianismo', que había sobrevivido durante ocho años a las tormentas internas del PP, se haría con el poder. Era un episodio más de la plácida alternancia que había ido viviendo España desde el inicio de la democracia.
La victoria del PP fue tan demoledora que ayudó a esconder lo que de verdad se estaba fraguando. La Puerta del Sol está tomada por una multitud que reclamaba replantear los fundamentos del Estado, y que hicieron que su mensaje fuera calando en todo el espectro político: más allá de la ideología, cundió la idea de que el sistema político se había quedado 'viejo' y que otros equilibrios de poder empezaban a ser necesarios. El sistema, decían, estaba corrupto y necesitaba un lavado de cara.
Ese cambio más profundo no despuntaría hasta las elecciones europeas de tres años después, algo a lo que en parte también contribuyó el resultado de aquellas elecciones autonómicas y municipales tras las que el PP pasó a teñir España de azul. El PSOE se vio desbancado de todos los grandes ayuntamientos y perdió sus feudos territoriales, incluyendo Extremadura y Castilla-La Mancha. Unos meses después desalojaría a los socialistas de la Moncloa, y pasarían a controlar el Congreso y el Senado por mayoría absoluta, haciéndose así con la mayor cuota de poder jamás lograda por partido alguno en la historia de nuestra democracia.
La batalla andaluza de 2012
Casi un año después de aquella cita llegó el turno de Andalucía. Un PSOE en proceso de demolición apenas había logrado conservar Asturias, y sólo gracias a la fragmentación de la derecha -entre PP y FAC- en el Principado. Andalucía es la cuna del socialismo, hasta el punto que de ahí es uno de cada tres afiliados al PSOE. También es la región que más escaños reparte, la más poblada y la mayor del país. Era el último bastión que le quedaba por conquistar al Partido Popular, la batalla definitiva.
Para entonces las consignas del 15M parecían haberse apagado, ahogadas en parte bajo un poder ejercido de forma casi absoluta desde las instituciones 'populares'. Quizá por eso se pensó desde Génova que Javier Arenas, auténtico 'pope' del partido, andaluz, veterano y sin cabida dentro del Ejecutivo central, sería un gran candidato.
La memoria de aquel 2012 en el que el PP acarició la Junta se entiende mejor a la luz de lo que pasaría después. La crítica de base del funcionamiento de los partidos, a su alternancia, y hasta a la indolencia respecto a la corrupción, ya iban haciendo mella. Todavía no se había desatado la cascada de causas judiciales contra los populares, aunque lo sucedido en Baleares, unido a los nubarrones de la Comunidad Valenciana y la Comunidad de Madrid, auguraban tormenta.
Lo que sí había empezado a suceder era el llamado 'caso ERE', el mayor escándalo de corrupción contra los socialistas en casi dos décadas. En los meses previos a las elecciones la Junta había rechazado que se pusiera en marcha una comisión de investigación con la que el PP había presionado. Sin embargo, y a pesar de que los populares estaban en su mejor momento, eso no bastó para que lograran la victoria. Arenas ganó, pero no fue suficiente. Era la mayoría absoluta o nada. Arrasar al PSOE en su feudo más auténtico y darles el golpe de gracia o quedarse a las puertas y dejarles con vida. Pasó lo segundo, de modo que la suya fue una victoria amarga que a la postre ponía punto y final a su carrera política. En 2012 el PP fue del todo a la nada, a pesar del 'momentum'. Como a Napoleón en Rusia, pasaron de la victoria definitiva al inicio de la caída.
En los años siguientes empezó a desatarse el temporal, aunque el impacto electoral de la corrupción fuera asumible para el PP en un principio. Es más, cualquier pequeño escándalo que salpicara a los demás parecía un torbellino. Basten unos ejemplos de 2014: Miguel Arias Cañete, a pesar de su controvertida campaña, logró un puesto de comisario europeo, mientras que Juan Carlos Monedero jamás llegó a ser candidato por las dudas surgidas entonces acerca de sus declaraciones de Hacienda. El 'procés', todavía incipiente, vivió una enorme convulsión cuando salieron a la luz las corruptelas de Jordi Pujol y Convergència, mientras que los problemas de José Antonio Monago y José Manuel Soria tardarían meses en tener consecuencias reales.
En el PP se instaló la idea de que la corrupción podía hacer más daño a los demás que a sí mismo. Aprendieron a usar la 'estrategia del judoka' a su favor según los escándalos iban haciéndose casi cotidianos. Aunque casi siempre les afectaba a ellos, la sensación era que la corrupción era un problema común a todos. Eso debilitaba a sus contendientes tradicionales, pero acabó por dar alas a fuerzas emergentes.
Con el tiempo irían cayendo piezas del tablero, y el desgaste se fue intensificando. La corrupción derribó a Francisco Camps, Esperanza Aguirre, Ignacio González o Francisco Granados. Las autonómicas y municipales de 2015 fueron el primer aviso serio: el PP fue barrido, pero no tanto por un PSOE en una tenue recuperación, sino por los fantasmas surgidos de aquel 15M.
Cuatro años después de aquel 'momentum' de 2012, ya con dos partidos más en el tablero de juego, el PP se vino abajo también en Andalucía.
Alerta roja para los populares
Ha llovido mucho desde entonces, hasta el punto en que los escándalos han terminado por arrebatar el Gobierno al PP. Cayó Cristina Cifuentes, cayó hasta Mariano Rajoy. En el socialismo andaluz también tuvieron que caer José Antonio Griñán y Manuel Chaves para que el PSOE pudiera sobrevivir al escándalo de los ERE, al menos de momento, y acabar haciéndose con la Moncloa. Eso sí, como consecuencia de los años convulsos de la corrupción cada pequeña sombra de duda se resuelve con una crisis ministerial. Pasó con Màxim Huerta, pasó con Carmen Montón, y a punto ha estado de pasar con otros. Pero el PSOE tiene viento a favor.
Ahora las elecciones andaluzas de este 2018 son las primeras tras la traumática pérdida del poder del PP, y marcan un punto perfectamente simétrico a las de aquel lejano 2012. Entonces los populares tenían todo el poder salvo Andalucía, y ahora se enfrentan a un posible inicio del fin. De nuevo del todo a la nada, de la hegemonía a la franca recesión. La derrota a manos del general invierno.
De momento los sondeos pronostican que el PSOE ganará con margen y que los populares perderán la segunda posición en favor de Ciudadanos. De confirmarse sería un hundimiento aún mayor que el que sufrieron los socialistas en su día, porque al menos ellos pudieron contener el 'sorpasso' de Podemos. Para males mayores, Vox ha ido emergiendo entre las opciones de voto, añadiendo un nuevo contendiente para el espacio antes homogéneo de la derecha.
El apretón del socialismo andaluz ha pasado, y empieza el del PP. El judoka ha sido derribado en el tatami. Está por ver si puede volver a levantarse.