El euro cumple 20 años arrojando un balance con múltiples facetas. No podía ser de otra manera tratándose de la iniciativa más importante para la integración europea, solo comparable con la unión aduanera. Sin duda, hay debilidades, como el hecho de que persisten, e incluso se ahondan, las diferencias de renta entre países.
Con todo, debe reconocerse que ha sido una fuente de estabilidad gracias a la vigilancia de la inflación del BCE y a los exigentes criterios presupuestarios que Maastricht impuso. Pero, sobre todo, supone un escudo frente a vaivenes monetarios.
Lo muestra el hecho de que incluso muchos partidos populistas han dejado de abogar por el regreso a unas divisas como la lira, el franco o el dracma, que sufrirían una fuerte depreciación si volvieran a circular.
