
El presente ejercicio se revela como otro annus horribilis para el PP. El proceso comenzó en marzo con el caso máster, que desembocó en la dimisión de Cristina Cifuentes, y llegó a su clímax esta misma semana. La detención de Eduardo Zaplana por presunto blanqueo tiene una importancia de primer orden, pues afecta a un histórico del partido que ocupó puestos tan relevantes como ministro y presidente autonómico. La sentencia del caso Gürtel tiene un efecto igualmente demoledor.
El juez considera probada la existencia de una trama de corrupción, en la que el extesorero del PP, Luis Bárcenas, fue clave. El partido no está procesado, pero queda señalado como "partícipe lucrativo". En esta situación, Moncloa ya aplica su estrategia habitual: apelar a "casos aislados" y confiar en que la buena situación económica pese más ante la opinión pública. Esta posición no es descabellada.
Sin duda, la recuperación debe mucho a los Gobiernos del PP. En su haber figura evitar un rescate europeo como el destinado a Grecia, reanimar la creación de empleo con la reforma laboral de 2012 o situar al sector público a las puertas de cerrar el procedimiento que la UE abrió por déficit excesivo. Pero constituye una ingenuidad considerar que esos logros insensibilizan a la opinión pública, sin importar la acumulación de reveses del PP.
Al contrario, los escándalos minan la endeble situación del Gobierno, que la inminente aprobación de los nuevos Presupuestos apenas palía. Es una realidad que el Ejecutivo debe reconocer, hasta el punto de mostrar una actitud mucho más decidida a la hora de prevenir la corrupción y regenerar su partido. De lo contrario, solo contribuirá a elevar incertidumbres, que socavarán la estabilidad institucional y económica.