
El optimismo marcó las últimas reuniones del año de la Reserva Federal (Fed) y del BCE, especialmente en el caso del eurobanco. Ambos bancos centrales elevaron con fuerza sus expectativas de crecimiento del PIB para 2018. La Fed añadió cuatro décimas al pronóstico que formuló en septiembre sobre la economía de EEUU, hasta situar la nueva previsión entre el 2,1% y el 2,5%.
Pero el BCE aún llega más lejos: suma cinco décimas de una tacada a su previsión para el PIB de la eurozona el año próximo, de modo que sitúa su avance en el 2,4%, su mayor ritmo en una década. Las altas expectativas que Fráncfort maneja ahora pueden sorprender, considerando que Europa no se beneficiará de un estímulo tan decisivo como la reforma fiscal que se aprobará en EEUU.
No obstante, es cierto que la eurozona cuenta con fortalezas nada desdeñables. Su tasa de empleo ha vuelto a los niveles precrisis, lo que impulsa la demanda interna. A ello se añade la baja inflación (no se acercará al objetivo del BCE del 2% hasta 2020) lo que demora aún las alzas de tipos y mantendrá bajos los costes de financiación.
En EEUU, por el contrario, todo apunta a que la Fed seguirá endureciendo su política monetaria en 2018, lo que debería impulsar al alza el dólar y evitar una excesiva apreciación del euro, una buena noticia para las exportaciones europeas. Por tanto, son varios los factores que permiten prever que el próximo será un año prometedor para la economía europea, lo que no debe llevar a una excesiva complacencia.
En 2018 seguirán abiertos conflictos como la negociación del Brexit y tampoco es descartable un agravamiento de la tensión internacional en Oriente Próximo o en la península coreana.