
El análisis de los últimos datos del INE sobre el comercio minorista en España revelan una situación anómala en Cataluña. Llama la atención que esta actividad desacelere en un contexto como el actual, de fuertes avances del consumo, en un territorio como el catalán, en el que el sector comercial tiene tanto arraigo.
Así ocurrió cuando, entre mayo y junio, las ventas minoristas pasaron de crecer un 2,5% a ralentizarse hasta el 1,2%. Pero el proceso se ahondó en julio, cuando esta variable quedó completamente estancada. Sorprende que ni siquiera el inicio de un verano histórico en llegadas de visitantes extranjeros bastara para reavivar el comercio en la autonomía más turística de España.
Es más, Cataluña quedó en el vagón de cola, junto a las dos Castillas y Extremadura, a distancia notable del avance promedio cercano al 1% que el sector logró en el conjunto de España. No puede considerarse casual que haya sido en estos últimos meses cuando el desafío soberanista se agravó hasta el punto de poner fecha a otro referéndum ilegal y hablar abiertamente de desobediencia a las autoridades estatales. Es un hecho que el aislamiento internacional que circunda al secesionismo hace que esta amenaza apenas penalice a España en los mercados internacionales.
Esa realidad, sin embargo, no impide que, a escala interna, la incertidumbre agrave fenómenos que ya llevan tiempo produciéndose, como el éxodo de empresas fuera de Cataluña, y genere otros nuevos como el frenazo en el comercio minorista. Es claro, por tanto que, si la amenaza independentista sigue creciendo (como puede ocurrir en el Pleno del Parlament de hoy), constituirá un importante lastre para la economía catalana y, por extensión, española.