
El 24 de junio de 2016, el Brexit dio sus primeros pasos. El referéndum para decidir la permanencia de Reino Unido en la UE fue el fruto de una temeridad del entonces primer ministro, David Cameron; sin embargo, pese a los riesgos existentes, el éxito del Brexit parecía improbable. Por ello, cuando se conoció la realidad, las bolsas europeas sufrieron una debacle que llevó al Ibex a cerrar la peor sesión de su historia.
Pero pocas semanas bastaron para que la caída se corrigiese y para desmentir a quienes auguraban efectos funestos, como una nueva recesión mundial. Es más, el selectivo español recupera un 40% desde junio pasado y aún se beneficia de su más larga tendencia alcista desde 2012, cuando el BCE salió al rescate de la crisis de deuda de la zona euro. No es un optimismo caprichoso.
Los inversores, lejos de paralizarse, vieron una oportunidad de compra en los numerosos valores de primera categoría que cotizaban en mínimos. En paralelo, la fuerte depreciación de la libra impulsó la competitividad de las empresas británicas y de las extranjeras con exposición a ese país. Por su parte, la Unión contuvo el efecto contagio, frenando los populismo disgregadores y aupando en Francia a un europeísta convencido: Emmanuel Macron.
En paralelo, las últimas elecciones británicas delataron el desgaste de las bases del Brexit con la exigua mayoría de Theresa May y la irrelevancia del UKIP. Sin duda, sería precipitado minusvalorar los efectos que la salida del Reino Unido (cuya negociación acaba de empezar) puede tener en el futuro. Con todo, ahora los interlocutores del debate son una UE más segura y un Gobierno británico en posición precaria. El Brexit, por tanto, sigue adelante, pero ya no aparece tan temible.