
Contra todo pronóstico, la OPEP acordó reducir su producción de crudo, por primera vez en casi una década. El pacto ya presenta aspectos que lo sitúan muy por encima de entendimiento alcanzado en septiembre. No en vano delimita claramente la reducción del bombeo (1,2 millones de barriles menos al día), los plazos (seis meses prorrogables a partir de enero) e incluso los mecanismos de control, estableciendo una comisión supervisora con países integrantes y externos al cártel.
Está por verse cuál será el alcance real de un acuerdo que contiene sorprendentes concesiones. De hecho, Arabia Saudí no sólo ha aceptado reducir su cuota de bombeo, sino que se aviene a transigir con que su gran competidor, Irán, sea el único miembro del cártel al que se le permitirá elevar la suya.
Ahora bien, sobre estas bases, y con todas las cautelas necesarias, es posible prever que el crudo propicie un nuevo escenario económico. El barril está ahora en condiciones de alcanzar, en 2017, los 60 dólares por barril, lo que alimentará el IPC sin que sea previsible un alza excesiva, ya que la reanimación de la extracción en EEUU, a través del fracking, actuará de freno. En paralelo, una mayor inflación dará base a los bancos centrales para subir tipos y acabar con la anomalía de los años en los que el precio del dinero ha sido nulo.
Conviene, no obstante, considerar otros efectos más negativos, como son el encarecimiento de la importación de crudo y de los costes de financiación para países como España, muy endeudados y dependientes energéticamente.