
La gira europea de la primera ministra británica Theresa May recaló en España. Su paso quedó muy lejos de lo que cabe esperar de la representante de un socio económico y político de primer orden. El hermetismo de May, cercano a la desconfianza, llegó al extremo de no comparecer en rueda de prensa o, lo que es más llamativo, rehuir todo encuentro con empresarios.
Una posición tan esquiva no se compadece con los lazos que unen a ambos países, como las inversiones de 60.000 millones de firmas españolas en suelo británico o el hecho de que un millón de sus ciudadanos viven en España. El afán de May de ocultación sólo puede explicarse como un intento de no responder por el desacertado, y temerario, discurso sobre el Brexit que la semana pasada adoptó.