
En enero, el Mecanismo Único de Supervisión (MUS), la división del BCE encargada del escrutinio de los bancos de la eurozona, hizo un anuncio de amplio calado. En 2016, por primera vez, sometería a examen los modelos de negocio de las entidades. En otras palabras, la rentabilidad, la variable relacionada con el sector financiero más problemática en los últimos años (y que más interés suscita) quedaba también bajo la lupa.
Sin embargo, pese a las expectativas creadas, el MUS ha decidido posponer un año la realización de este examen. Sin duda, en la demora influye la novedad del prueba y el hecho de que aún hay aspectos que deben aclararse, sobre la naturaleza de las estadísticas que los bancos deben presentar o sobre los métodos para homogeneizarlas entre los diferentes países. Ahora bien, existen razones de más peso para el retraso.
No en vano existía el riesgo de que el propio BCE distorsionara sus exámenes de rentabilidad de forma indirecta, como consecuencia de otras evaluaciones a las que somete a los bancos. Un ejemplo lo ofrecen los test de estrés cuyos resultados se publican este mismo mes. El BCE instará a las entidades que obtengan notas bajas a que tomen medidas como acelerar la venta de activos improductivos. Una medida así mejorará su solvencia, pero, muy previsiblemente, pagando el precio de reducir su rentabilidad lo que acabará penalizándolas en la prueba sobre esta variable, con las consecuencias que eso tendría ante los mercados.
Las condiciones, por tanto, no son las idóneas para acometer una evaluación tan delicada. El BCE actúa adecuadamente al posponerla. El rigor debe quedar por encima del anhelo de satisfacer las expectativas.