
La incertidumbre impulsa a los inversores a refugiarse en la renta fija, lo que derrumba las rentabilidades de la deuda pública. Es difícil prever cuándo se tocará suelo pero resultan sintomáticos fenómenos como que el bono a 30 años de EEUU ofrezca sólo un 2,1%, por debajo incluso de la rentabilidad del dividendo del S&P.
El hecho de que Wall Street le gane la partida a una inversión a tres décadas vista constituye una anomalía que puede acabar asustando a los inversores, y generando una oleada de ventas. Es lo que ocurrió en 2015 cuando los bonistas se percataron del absurdo de pagar al Estado alemán por financiarlo, incluso en plazos más cortos. Su pánico demostró que también la renta fija genera cuantiosas pérdidas, un fenómeno que puede repetirse.