
El barril de Brent, el crudo de referencia en Europa, acumula ya una revalorización del 75% respecto a los mínimos que registró en enero. Como resultado, su cotización ronda ya los 50 dólares y tiene visos de que hallará un anclaje sólido en ese precio; no en vano se está corrigiendo la principal fuerza impulsora de sus anteriores caídas: la sobreoferta.
Se debe al hecho de que la demanda mundial de petróleo sigue avanzando mientras el bombeo se está conteniendo en los exportadores ajenos a la OPEP, mientras que, dentro del cártel, sucesos como los ataques a plantas extractoras en Nigeria, contribuyen a moderar la producción. Sin duda, las primeras beneficiarias de un crudo que se sostiene en 50 dólares serán las petroleras, puesto que sus previsiones de beneficios crecen en un 10%.
Pero los efectos positivos llegan más lejos. La banca, sobre todo en Europa, puede también respirar aliviada sin temer que su alta exposición crediticia al sector petrolero se traduzca en impagos. En segundo lugar, la volatilidad de los mercados bursátiles tiene visos de que se moderará, en la medida en que, desde inicios del presente año, el petróleo ha sido el termómetro de las bolsas a ambos lados del Atlántico y sus depreciaciones se han traducido en inmediatas caídas de la renta variable.
Pero los beneficios de un petróleo estabilizado también se extenderán al conjunto de la economía global ya que, por un lado, se relajará la tensión en los mercados de materias primas, que tanto daño han hecho a los países en desarrollo, mientras que los más avanzados verán cómo los precios de consumo se reavivan y se aleja el riesgo de deflación. Se trata de una ayuda valiosa para afrontar los riesgos que aún planean sobre la economía global.