
Las nuevas previsiones de invierno de la Comisión Europea bosquejan una zona del euro que se enfrenta en 2016 a "riesgos más pronunciados", derivados sobre todo de la difícil situación de los países emergentes (no en vano la Unión Monetaria es el principal socio comercial de China). Por ello, Bruselas rebajó una décima su previsión sobre el PIB de los 19, hasta situarla en el 1,7%.
Ese promedio se queda pequeño para España, cuya economía, según el Ejecutivo europeo, crecerá un 2,8% este año (una décima más de lo estimado en otoño) y un 2,5% el próximo. Son pronósticos razonables en la medida en que nuestro PIB se beneficia de la inercia acumulada tras batir marcas en 2015, cuando se incrementó un 3,2%, y del impulso de factores externos, como el bajo precio del crudo.
Ahora bien, conviene escuchar la advertencia de Bruselas acerca de cómo incluso las fuerzas más propicias pueden verse mitigadas por el lastre que supone la incertidumbre derivada de las elecciones del 20-D. Tiene toda la razón el comisario Moscovici cuando recuerda que "la vida política pesa sobre los agentes económicos", como esta semana demostró la caída de la confianza del consumidor español.
La situación se vuelve aún más delicada al calibrar los importantes desafíos económicos que España aún tiene pendientes, en especial la reducción de su déficit público. No en vano Bruselas ha empeorado sus previsiones sobre ese desequilibrio para 2015 y 2016, por lo que aún sería necesario un ajuste de entre 6.000 millones y 8.000 millones de euros en el gasto para cumplir con el Pacto de Estabilidad. Sólo con la formación de un Gobierno estable, comprometido con las reformas y los ajustes, será posible afrontar esos retos.