
La reciente entrada en preconcurso de acreedores de Abengoa ha convertido en objeto de atención pública todos los pormenores de la gestión y la estructura de la multinacional andaluza. Uno de los más llamativos es la alta presencia de expolíticos en su cúpula, hasta el punto de que era, antes de su exclusión del selectivo, la empresa del Ibex que más antiguos altos cargos públicos cobijaba, entre ellos Josep Borrell o José Domínguez. De hecho, está a la altura, desde este punto de vista, de una sociedad que actúa en un ámbito aún semi-regulado como es Enagás.
Abengoa es sólo un caso particularmente llamativo de una tendencia con amplia penetración en las grandes empresas. No en vano asciende a 50 el total de expolíticos, sobre todo procedentes del PSOE y el PP, que se sientan en sus consejos de administración.
Nada sería más injusto que condenar por principio las puertas giratorias hacia la empresa privada, una vez dejado atrás un cargo en la Administración y cumplidos los requisitos de incompatibilidades que la ley establece. Sin duda, el talento y la experiencia derivados de la gestión pública pueden enriquecer a una empresa. Ahora bien, resulta llamativa la preferencia por alejar a los expolíticos, una vez fichados, de los cargos ejecutivos y dejar que acaparen los puestos puramente representativos.
Esta práctica delata que el verdadero rol que se atribuye a estos profesionales es el de poner en acción sus influencias y obtener así unas ventajas respecto a los competidores que la gestión empresarial, por sí sola, no ofrece. En este contexto, constituiría una buena señal que paulatinamente, en los próximos años, los consejos de administración iniciaran su despolitización.