A lo largo de la recién acabada legislatura, en la que la crisis económica alcanzó su apogeo, los hábitos de inversión de las familias españolas han sufrido una profunda transformación. El cambio concierne sobre todo al que, tradicionalmente, ha sido uno de los activos favoritos de los hogares por su marcado carácter conservador: la deuda pública. Así, entre 2007 y hasta el segundo trimestre de este ejercicio el volumen de activos de este tipo en manos de las familias ha sufrido un desplome del 71,4%, hasta 24.412 millones de euros, de acuerdo con los datos del Banco de España.
Los apuros económicos de los últimos años pueden explicar una parte de ese intenso afán por deshacer posiciones, pero actúan otros factores. Lo demuestra el hecho de que esta marcada aversión a los títulos emitidos por el Tesoro también ha cundido entre las entidades financieras. Banca, aseguradoras y fondos de pensiones redujeron a la mitad su cartera de este tipo de activos, especialmente los de más corto vencimiento, entre 2011 y el pasado mes de agosto.
Claramente, se puede observar detrás de estos movimientos una reacción al cada vez más reducido rendimiento que muestra esta pauesta inversora. Lo que implica que, en los últimos años, los ahorradores han tomado conciencia de los perjuicios que una apuesta excesiva por la renta fija puede conllevar, por mucho que hasta ahora haya aparecido como un vehículo con el que siempre había ganancias aseguradas. La renta fija también presenta variaciones y éstas pueden resultar perjudiciales para el inversor, quien, si realmente quiere perseguir rentabilidades, no tiene más remedio que asumir ciertos riesgos.