
Un escándalo que afecta a un gigante como Volkswagen (VW), que en el pasado semestre superó a Toyota como primer fabricante mundial de automóviles, no podía tener un impacto reducido. Sus motores diésel trucados con objeto de aprobar las pruebas de emisiones contaminantes también llegaron a las cadenas de montaje de Seat, la filial española de VW. Como resultado, todos los modelos de esa marca que se fabrican en España, en sus versiones 2.0 TDI, incluidos los populares Ibiza y León, tienen instalado el programa informático que hacía posible el fraude.
Dado que Seat no produce motores, sino que monta en los vehículos los que compra a la matriz, es plausible que los ingenieros que trabajan en Martorell desconocieran ese engaño. Tal ignorancia alcanza a explicar hechos ahora tan paradójicos, como que la propia Seat anunciara, como su prioridad estratégica, erigirse en empresa líder en cuanto a política medioambiental. Pese a todo, resultaría ingenuo pensar que la filial está blindada ante los efectos del escándalo, ya que sus consecuencias todavía son incalculables.
De momento, es claro que el propósito de los fabricantes europeos de introducirse en el prometedor mercado de EEUU (donde sólo se vende el 5% de los diésel producidos en el mundo) se truncó. Por otro lado,el efecto VW se halla detrás de las caídas generalizadas que sufrieron ayer las bolsas europeas, un descenso que situó al Ibex en los 9.291 puntos, la zona de mínimos del año pasado. Queda así demostrado que las dudas que pesan sobre todo el sector automovilístico añaden más incertidumbre a los mercados, y a la economía europea, en el peor momento, cuando la tensión por la desaceleración de China está en máximos.