
Es frecuente que el FMI dirija a España advertencias sobre la evolución futura de su economía. Sin embargo, el Fondo dio ayer un paso más al poner cifras concretas a sus augurios a largo plazo, hasta el punto de predecir que, sin más reformas que afiancen nuestra economía, el crecimiento potencial del PIB quedará estancado entre el 1,2% y el 1,5%, de modo que, en 2020, sólo avanzará 1,8 puntos. En paralelo, la tasa de paro estructural no bajará del 16% de la población activa.
Las predicciones a cinco años vista resultan extremadamente inciertas y los pronósticos del FMI deben tomarse con prudencia. Con todo, conviene escuchar su recordatorio sobre el carácter perecedero de impulsos externos al crecimiento, como el euro depreciado y el crudo barato, que el Gobierno, en su último Programa de Estabilidad, parecía dar por garantizados hasta 2018, de modo que en ese ejercicio el PIB todavía crecería al 3%, una tasa muy parecida a la actual.
Del mismo modo, resulta especialmente oportuna la indicación del Fondo acerca del desaprovechamiento de la oportunidad de bajar más los impuestos directos (aunque es cuestionable su posición a favor de volver a elevar los indirectos). No en vano, los recién presentados Presupuestos para 2016, aunque ortodoxos y respetuosos con la estabilidad de las cuentas públicas, han pasado de puntillas sobre esa posibilidad en beneficio de guiños a los funcionarios y a las autonomías. Si a ello se añade, como advierte el FMI, la paralización de las reformas y la incertidumbre política reinante ante las elecciones de noviembre, es indudable que, como advierte el Fondo, la recuperación todavía se halla sometida a riesgos.