
El mercado bursátil chino volvió ayer a sembrar la intranquilidad. No en vano el índice Shanghai Composite experimentó su mayor retroceso desde 2007, al apuntarse una caída del 8,5%. El traspié llega después de que el Gobierno chino, a principios de mes, desplegara una batería de medidas sin precedentes para atajar otro pánico en su mercado, que se saldó con pérdidas de 3 billones de euros en capitalización.
Es cierto que entonces Pekín echó el resto, llegando a imponer un corralito bursátil que impide vender, pero resulta difícil creer que, incluso sacando la artillería, se sostengan los precios de una bolsa que, en un año, creció un 150%. Sin embargo, lo decisivo ayer fue la expectativa de que la Reserva Federal (Fed) dejará entrever esta semana un alza de tipos en septiembre.
Eso provocó la primera caída, ahondada por la pasividad que el Gobierno parecía mostrar ante el descenso. Ahí estuvo el factor decisivo y no en unos datos macro que, más que hacia una mayor desaceleración china, anticipan una cierta estabilidad.
La inquietud, con todo, se transmitió a Europa, provocando una mengua del 1,45 por ciento en el Ibex y de más de 2,5 puntos en el Cac francés y en el Dax alemán. No en vano todo enfriamiento chino es pernicioso para Europa pues deprimiría las exportaciones dirigidas a su mercado. Pero la misma Fed está preocupada por la evolución del coloso, lo que puede llevarla a barajar un retraso en su subida de tipos, lo que deprecia el dólar frente a la moneda única y perjudicará, de nuevo, a la Unión Monetaria. El gigante tiene, por tanto, al mundo pendiente de cómo resolverá un complejo rompecabezas, que tendrá implicaciones en una economía mundial que todavía pugna por dejar atrás la crisis.