
Los mercados no necesitaron conocer el desenlace de la cumbre europea extraordinaria de ayer. El Eurogrupo que tuvo lugar por la mañana fue suficiente para alimentar el optimismo sobre un acuerdo que evite la quiebra de Grecia, hasta el punto de que el Ibex se apuntó una subida del 3,87%, la más pronunciada desde septiembre de 2012, cuando el BCE salió al rescate del euro.
La prima de riesgo española, por su parte, revertió en una sesión los avances de un mes y terminó en 123 puntos básicos. Para llegar a este escenario es indudable que el primer ministro heleno, Alexis Tsipras, ha tenido que suavizar sus líneas rojas.
Atenas está dispuesta ahora a hacer cambios tanto en pensiones (subir la edad de jubilación a los 67 años) como en los tipos del IVA (dejando el gravamen ordinario en el 23%). Falta que se concreten esos movimientos en el próximo Eurogrupo de esta semana, pero debe admitirse desde ya que el acuerdo que se alcance no será sencillo.
Las reformas tienen que ser muy profundas en un país con un 180% de deuda pública, que permite prejubilarse a los 55 años, gasta un 6% de su producción en Defensa y su déficit exterior equivale al 10% del PIB. Con todo, pese a las innegables dificultades, conviene aplaudir la proximidad del acuerdo y valorar el hecho de que Tsipras ha chocado contra la realidad y se ve obligado a negociar matizando cada vez más su maximalismo.
Lo único que ha logrado con esa actitud es situar al país de nuevo y a las puertas de un impago soberano, el próximo día 30. No sólo Tsipras debe extraer conclusiones; han de hacerlo también todos los movimientos políticos europeos que aspiran a llegar al poder haciendo promesas imposibles de cumplir.