
La maquinaria del Número 10 de Downing Street se ha lanzado a una desesperada campaña de persuasión para desafiar la aritmética parlamentaria, la lógica política y las líneas partisanas para conseguir el más improbable de los vuelcos protagonizados por el Palacio de Westminster en la historia reciente: la aprobación del acuerdo del Brexit. Tras dos derrotas de tres dígitos, la última esta misma semana, Theresa May sorprendió tanto a los contados leales que le quedan, como a su dividido gabinete y a todo un país, al avanzar su disposición a luchar por su denostado plan en una tercera votación, previa al crucial Consejo Europeo que arranca el jueves.
De perder, la espada de Damocles que durante meses la ha atenazado sesgará el hilo que la mantiene en Downing Street y el divorcio de la Unión Europea quedará abocado a una demora sin fecha de caducidad, sin dirección clara e, inevitablemente, sin liderazgo. La determinación de la primera ministra parece una operación suicida, dadas las innegables evidencias de que no solo ha perdido el control del Partido Conservador, sino de su propio Gobierno, como quedó de manifiesto en las sucesivas votaciones de esta semana para vetar una salida no pactada y para certificar una prórroga que evite el precipicio el 29 de marzo.
La visión de ministros ignorando las órdenes de disciplina interna, o directamente votando contra una propuesta presentada por el Ejecutivo al que representan, perdurará en el imaginario colectivo británico como un peligroso precedente difícil de superar para la democracia decana de Europa. Sin embargo, May tiene a su favor una carta que ninguno de sus rivales políticos puede reivindicar: de momento, es la única que posee una propuesta formal para salir de la UE que cuenta con el beneplácito de Bruselas y que solo necesitaría pasar el corte de Westminster para convertir el divorcio en una realidad.
La alternativa al acuerdo de May sería un Brexit más blando o su cancelación
Como consecuencia, la premier está convencida de que esta baza, aunque insuficiente por sí sola para revertir la repudia que su plan genera en el amplio espectro de la Cámara de los Comunes, puede actuar como puente para atraer a quienes hasta ahora se habían mostrado incapaces de apoyarla, sobre todo, porque la alternativa a su acuerdo nunca sería la absoluta soberanía preconizada por los eurófobos recalcitrantes, sino probablemente una notable suavización del Brexit y, en el peor de los casos, una vía a cancelarlo por completo.
De ahí que en Downing Street se hayan embarcado en una huida hacia adelante para atraer a los rebeldes, especialmente a los unionistas del DUP, claves para la gobernabilidad, con una oferta clara: aprobar el plan ahora y garantizar que se está fuera del bloque el 30 de junio; o permitir que las líneas rojas que hasta ahora habían obstaculizado el proceso lo condenen a un prolongado retraso y lo depositen en el contingente con mayor potencial de generar una mayoría en Westminster: el de una ruptura blanda.
La clave está en la revisión del dictamen del fiscal general del Estado sobre la salvaguarda irlandesa
El dilema es realista, pero el pragmatismo lleva ausente de Reino Unido desde el 23 de junio de 2016, por lo que los eurófobos podrían acabar convirtiéndose, irónicamente, en el mejor agente a favor del establecimiento de lazos estrechos con el continente o, incluso, de un segundo referéndum. Su aproximación, con todo, dista de ser unitaria y mientras el DUP ha cambiado el tono y se encuentra oficialmente en conversaciones con el Gobierno, al menos dos docenas de miembros del correoso Grupo de Reforma Europea (ERG, en sus siglas en inglés) han prometido mantener la guerra al plan de May y alguno no descarta, de hecho, hacerla caer, si persiste en su apuesta.
La clave en la actualidad está en la revisión del dictamen del fiscal general del Estado sobre la salvaguarda irlandesa. Aunque había sido el encargado de sentenciar la votación, que la premier perdió por 149 votos, varios expertos legales han señalado las carencias de su informe, por lo que Downing Street le ha dado hasta mañana para emitir una nueva resolución que permita atraer a los unionistas del Ulster.
Sus cálculos, de dudosa precisión, establecen que si el DUP cruza la línea, los euroescépticos serán los siguientes, ya que muchos han reconocido estar pendientes de lo que haga una formación cuya línea ideológica de referencia es la integridad constitucional de Reino Unido. Si las opciones de aprobación son claras, con lograr convencer a aquellos diputados laboristas que representan circunscripciones fuertemente pro-Brexit, el Número 10 cree que, por primera vez, los números se pondrían a su favor.
Las claves de la incertidumbre
1 ¿En qué punto se encuentra el proceso?
Theresa May perdió la segunda votación de su plan el martes y el Parlamento decidió una jornada después vetar una ruptura no pactada y retrasar el Brexit al 30 de junio, una demora técnica supeditada a la aprobación del acuerdo antes del Consejo Europeo.
2 ¿Qué pasa si Theresa May vuelve a perder?
La primera ministra ha sido clara, rechazar su plan obligará a un prolongado retraso, para dar tiempo a Reino Unido a "repensar", como indicó Donald Tusk. El Gobierno ha prometido una cadena de votaciones para evidenciar qué apuesta podría generar una mayoría.
3 ¿Está obligado el Consejo Europeo a retrasar el 'Brexit'?
En absoluto, será una decisión que la UE deberá ponderar, no solo porque requiere unanimidad, sino porque para cada Estado miembro representa una oportunidad de incluir sus propias demandas domésticas. Además, en Bruselas hay una importante frustración por la falta de dirección en Reino Unido.
4 ¿Qué pasa si la Unión Europea se niega?
Reino Unido abandonaría sin acuerdo, ya que la ley establece el 29 de marzo como Día del Brexit, haya o no plan en vigor. La única opción que tendría de esquivar este escenario sería revocando el Artículo 50, es decir, cancelando el divorcio, una posibilidad a su disposición, ya que la Justicia dice que podría hacerlo.
5 ¿Qué implicaría un retraso sustancial, como se prevé?
Reino Unido tendría que negociar internamente qué apuesta sería viable. La diferencia es que el Parlamento, responsable en última instancia de aprobar cualquier plan, ganaría protagonismo, frente a la opacidad de las conversaciones hasta ahora. De las opciones planteadas, la suavización de la salida gana enteros, ya sea mediante la propuesta denominada Mercado Común 2.0, o continuar en la unión arancelaria, como propone el Laborismo.
6 ¿Es posible un segundo referéndum?
No hay suficiente apoyo, como quedó de manifiesto esta semana, pero sus promotores confían en que una nueva consulta gane tracción en el futuro.