Theresa May se enfrenta a la ira de todos los frentes del Brexit, justo cuando más margen y tiempo necesita para resistir la presión de la Unión Europea, que no prevé otorgar ninguna concesión a Reino Unido hasta que resten días para el 29 de marzo. El debate de una moción aparentemente procedimental este jueves en el Parlamento amenaza con convertirse en un serio peligro para su castigado liderazgo, ya que el ala dura tory está dispuesta a desafiarla debido a que el texto, en su opinión, invalida la posibilidad de un divorcio sin acuerdo.
Así, la cita prevista para otorgar a May dos semanas para renegociar ha tornado en una agria pugna con la que los eurófobos quieren demostrar a la premier que está en sus manos. Su beligerancia se precipitó tras un embarazoso incidente acaecido esta semana en un bar de Bruselas, donde un periodista británico habría escuchado a Olly Robbins, estrecho colaborador de la primera ministra y negociador jefe del Brexit, afirmar que la dicotomía que los diputados deberán resolver a finales de marzo se dirimiría entre el plan de May, o una extensión del Artículo 50.
En el universo del divorcio, lo que en tiempos ordinarios sería una mera anécdota supone el indicio más claro sobre la táctica de May, hasta ahora una incógnita incluso para su círculo más cercano. La conclusión más importante es que la premier descartaría una ruptura no pactada, lo que en sí mismo constituye una sorpresa, puesto que si ha sido acusada de algo es de intentar perder tiempo para limitar la segunda y definitiva votación del acuerdo a una elección binaria entre su propuesta, o el caos de un divorcio desordenado.
May sabe que no podrá presentar un acuerdo revisado en la intervención ante la Cámara de los Comunes el 26 de febrero
De ahí la reacción de los eurófobos, que amenazan con menoscabar aún más su maltrecha autoridad precipitando esta jornada una derrota que, aunque sin repercusiones inmediatas, la desacreditaría notablemente ante Bruselas, ya que probaría que carece del respaldo de Westminster. La propia May es consciente de que no podrá presentar un acuerdo revisado en la intervención ante la Cámara de los Comunes el 26 de febrero, pero en la próxima quincena esperaba, al menos, mantener las apariencias. El problema es que la metedura de pata de Robbins y la temeridad del núcleo duro conservador han reventado su estrategia.
Como consecuencia, queda tocada ante Bruselas y prácticamente hundida en casa, donde la desconfianza ante su calculada ambigüedad es máxima. Como prueba, la reunión del miércoles entre una delegación gubernamental, liderada por su mano derecha, con el Laborismo se saldó sin avances, sobre todo porque la oposición exige que May mueva sus líneas rojas.