Economía

Grecia sale de un rescate histórico, aunque encara un futuro complicado

  • La UE aplicará una "vigilancia reforzada" a la economía helena
  • Atenas deberá cumplir con unas exigentes metas fiscales
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Grecia marcará un hito en su historia reciente, y dejará un capítulo destacado en las páginas de la economía mundial, al concluir hoy su programa de ayuda. El primer rescate de la UE y del FMI a un socio del euro acumula en ocho años demasiados días para olvidar, desde el primer impago de una economía desarrollada al FMI hasta aquel momento en el que a punto se desgarró la zona euro en julio de 2015.

"Sin la asistencia financiera europea, la economía griega hubiera colapsado, quizás no recuperándose en décadas", comentó el pasado viernes el comisario europeo de Asuntos Económicos, Pierre Moscovici. "Todas las economías de la UE hubieran sido arrastradas, al menos en parte, al abismo griego", añadió.

Pero hoy, tras 326.000 millones de euros de ayudas a cambio de reformas, Atenas cierra el rescate "más duro y largo nunca aprobado" en el planeta, según reconoce una fuente comunitaria a elEconomista. Una intervención con tantas luces como sombras, y que deja ahora a su economía ante un futuro, cuanto menos, complicado.

Principio de una nueva batalla

Grecia se queda sin las muletas de la ayuda exterior. Para que no se tropiece en esta recuperada autonomía, el Eurogrupo perfiló el pasado mes de junio un aterrizaje suave en los mercados, dotándole con un colchón de fondos de algo más de 24.000 millones de euros para no tener que acudir a los inversores hasta verano de 2020. Y, sobre todo, con un alivio de la deuda que, aunque no llegó a ser una quita sobre el principal que el país demandaba, la hace "sostenible", según indicó el presidente del Eurogrupo, Mario Centeno. Sus socios aceptaron retrasar gran parte de los pagos hasta 2033 y alargaron los vencimientos una década para dar más aire a la todavía frágil economía helena.

Pero la agria batalla política interna en el país, con elecciones previstas para otoño de 2019, las turbulencias económicas externas, procedentes estos días de Turquía y pronto de la preocupante Italia, y las exigentes metas fiscales que tiene que cumplir Atenas durante el próximo medio siglo auguran un futuro cuesta arriba para el país. Para algunos, será inevitable una nueva renegociación de la deuda, la más elevada de la UE en relación con su PIB (176%). Otros dentro y fuera del país consideran probable que sea necesario un nuevo programa de ayuda. De momento, el mensaje de la Comisión es que el final del programa marca solo el principio de una nueva batalla.

"Claramente, la realidad sobre el terreno continúa siendo difícil", comentó Moscovici. Aunque señaló que el tiempo para la austeridad ha terminado, "todavía hay mucho trabajo por hacer para que Grecia pueda mantenerse en pie", sobre todo en lo referido a la reducción de su deuda y la aplicación de las reformas acordadas.

Los griegos estrenarán un mecanismo de "vigilancia reforzada". De esta manera, sus socios se asegurarán que aplican las reformas aprobadas y cumplen con los objetivos fiscales que, según reconocen las fuentes consultadas, son "elevados y ambiciosos".

La economía helena deberá alcanzar un superávit primario (antes del pago de intereses) del 3,5% de su PIB hasta 2022, y del 2,2% hasta 2060. Probablemente ningún país haya conseguido cuentas tan saneadas en un plazo de tiempo tan amplio, más aún cuando las economías están sujetas a ciclos. Al mismo tiempo, el país deberá completar la creación de un catastro y el ambicioso programa de privatizaciones, en el que venderá una veintena de puertos, aeropuertos, agencias y participaciones nacionales.

Si a cualquier país le resultaría complicado una lista de tareas tan exigente, más complicado resulta si se arrastra la deuda publica más elevada de la UE, los bancos están horadados por activos tóxicos, se registra la tasa más elevada de desempleo de la UE (cercana al 20%) y la economía nacional arrastra un problema histórico de competitividad tras décadas de corrupción y negligencia.

"Grecia todavía encara numerosos desafíos", reconoció el pasado mes el vicepresidente de la Comisión Europea para el euro, Valdis Dombrovskis. El letón indicó que sus debilidades fueron "sistemáticamente tratadas" por las cientos de medidas acordadas entre el Gobierno heleno y la llamada troika (Comisión, FMI y BCE, a las que posteriormente se sumó el Mecanismo Europeo de Estabilidad). Pero se justificó añadiendo que "las reformas llevan tiempo en aplicarse y generar frutos".

Sin embargo, una mayoría fuera pero también en las instituciones (Comisión Europea, FMI, Parlamento Europeo) reconoce que el programa no estuvo bien diseñado. La ayuda evitó una quiebra descontrolada y "posiblemente" más daño económico y social, indicó la Eurocámara en un informe sobre la troika en 2014. Pero los eurodiputados destacaron que Grecia y los otros socios rescatados (sobre todo Irlanda y Portugal) fueron víctimas de la falta de preparación y experiencia de las instituciones comunitarias para rescatar a un Estado miembro, y de la carencia de instrumentos del FMI para tratar con una crisis de sostenibilidad (en lugar de las de liquidez que suele tratar). Pero los griegos también sufrieron el clima de austeridad que dominaba entonces en Europa, y que trajo al bloque una segunda recesión y a Grecia dos programas de ayuda iniciales que deprimieron su economía y alargaron las colas de parados.

El cóctel explosivo de los tijeretazos que imponía el recetario del FMI y las reformas estructurales que exigía la Comisión, con un impacto recesivo inicial, supusieron una cura de caballo que casi se llevó por delante al paciente. Grecia se dejó por el camino casi un 25% de su PIB y el desempleo llegó al 28% en septiembre de 2013.

Pero los helenos no solo fueron víctimas de los errores de los técnicos del FMI o de la Comisión, sino también de sus jefes políticos. Cuando el segundo rescate estaba a punto de concluirse, e incluso el país se había permitido probar la confianza de los inversores con una pequeña y exitosa emisión de deuda, el Eurogrupo rechazó a finales de 2014 la petición del entonces primer ministro griego, Andonis Samaras, de que dejar alguna medidas sin cumplir y dar un balón de oxígeno a los griegos.

La decisión precipitó la convocatoria de elecciones, que llevó a la extrema izquierda de Syriza al poder. El objetivo de su líder, Alexis Tsipras, y de su asilvestrado ministro de Finanzas Yanis Varoufakis, era terminar con la tutela de la Troika, y que los europeos (en posesión del 80% de las obligaciones helenas) aceptaran una quita sustancial sobre la deuda. Ahora, tras medio año de tensas negociaciones, que colocaron a Grecia en la puerta de salida del euro, Tsipras terminó por aceptar un tercer programa de ayuda, que días antes habían rechazado los griegos en el referéndum que el mismo convocó.

Vientos de vulnerabilidad

Hoy Grecia deja atrás este tercer programa de ayuda con un superávit primario del 4,2% del PIB (al cierre de 2017), y una economía que se espera que crezca por encima del 2% este año y el que viene. Pero el precio para evitar la bancarrota, sanear su sistema productivo, limpiar sus cuentas y mantenerse dentro del euro ha sido muy elevado.

La proximidad de una quiebra total provocó que hasta el combativo Tsipras pasara por el aro hace tres años. El Ejecutivo de Syriza se benefició entonces de los vientos de cola que ayudaron a todos los europeos, gracias sobre todo al estímulo monetario del BCE y la bajada de los precios del petróleo.

Pero ahora que el país ha recuperado algo de espacio fiscal, la tregua entre Atenas y Bruselas corre peligro. Tsipras quiere aprobar antes de las elecciones de 2019 una rebaja fiscal con el espacio adicional que logrará más allá de la meta fiscal de este año (3,5%). Pero en Bruselas le recuerdan que, aunque este fuera del programa, la antigua troika debe ser "consultada" debido a la "vigilancia reforzada". Además, el final de las ayudas del BCE, junto con la subida del crudo, sumado a la inestabilidad política dentro y fuera de la UE, vuelven a mostrar la vulnerabilidad de Grecia a los ojos de los inversores, como se vio la pasada semana como reacción a la crisis de la lira turca.

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