
Poco a poco van quedando atrás factores relacionados con el abaratamiento de costes que han permitido a España superar una de las peores crisis su historia. La disminución de los costes laborales, la competitividad de las exportaciones reforzada por el encarecimiento del dólar, la bajada del 65 por ciento del precio del barril de petróleo en los últimos 8 años y las medidas de impulso económico -con tipos de interés cercanos al 0 por ciento- han sido variables eficaces hasta ahora pero no serán suficientes para crecer de manera sostenible en el tiempo.
El mapa global que se viene configurando en los últimos meses (con la incertidumbre como constante) depende de las decisiones políticas que vaya tomando el presidente Trump en EEUU, del panorama electoral abierto en países clave de Europa, del todavía incierto proceso de Brexit y de la permanente amenaza yihadista. En el plano económico impactará cada vez más la 4ª revolución industrial que ya estamos viviendo y que trasciende fronteras, sectores y modelos establecidos. En este contexto, España necesita mantener su senda de crecimiento como una palanca no solo de lucha contra el desempleo sino también como vía para la sostenibilidad macroeconómica necesaria para cumplir con nuestros objetivos de deuda y déficit público. Es el momento de impulsar una segunda ola de competitividad, apalancada en la revolución digital y tecnológica que se vive ya a nivel global, pero también en la innovación que nos ayudará a desafiar a las ortodoxias establecidas para fomentar actitudes necesariamente diferenciadoras. Sólo así podremos responder a los cuatro dilemas que la nueva economía plantea: prescribir o ser prescrito en un ecosistema de convergencia de industrias y colaboración entre compañías en el que se crean a diario nuevos negocios; triunfar en la economía de la experiencia, en la que ya no es suficiente con la fórmula producto/calidad/precio sino que la experiencia que se ofrece al consumidor/ciudadano es la clave de compra; la eficiencia o la nada marcada por la robotización, automatización e inteligencia artificial; y por último, alcanzar economías de escala -sin tener escala- a una velocidad de adopción tecnológica nunca vista hasta ahora.
El nuevo ministerio de Energía, Turismo y Agenda Digital, alumbrado con decidida voluntad de coordinar esfuerzos y aunar voluntades, debería ayudar a fomentar actitudes innovadoras de diferenciación, calidad, seguridad y confianza, pilares de nuestra transformación digital. Pero hace falta más. Los retos de la industrialización 4.0, la nueva frontera que define la fábrica inteligente e informatizada con todos los procesos interconectados por el Internet de las Cosas, ofrece una gran oportunidad para mejorar la actual posición competitiva de las fábricas españolas a través del uso del Big Data y de los nuevos elementos de productividad (como la realidad aumentada) que redundan en una mayor precisión y eficiencia de los procesos.
Pero quizá el factor determinante de la industria 4.0 sea el perfil del trabajador del futuro. Hemos de ser conscientes (y consistentes en la respuesta) respecto al reciclaje formativo que afectará a toda la población laboral española, desde los cuadros directivos hasta los trabajadores menos cualificados. Lo digital puede acelerar el aprendizaje, incorporando la formación en el trabajo, de manera que aprender se convierta en algo diario, ayudando a todos los trabajadores, de cuello blanco y azul, y a las empresas a mantenerse relevantes. Asimismo hay que rediseñar el trabajo para liberar el potencial humano, creando oportunidades de empleo basadas en posiciones que satisfagan la demanda del empleado que quiere un trabajo variado y flexible. Y por último, debemos fortalecer el talento desde su fuente, esto es, reclamar y trabajar conjuntamente por una Educación que incluya unos programas escolares que fomenten las habilidades necesarias desde los primeros años de los niños y niñas.
En 2015, y solo en Estados Unidos, se generaron 500.000 nuevos puestos de tecnologías de la información para tener que ser ocupados rápidamente, pero solo 40.000 nuevos graduados en informática habían salido de los centros formativos. Esta escasez es un desafío fundamental para la economía mundial. Es necesario promocionar la educación en nuevas tecnologías entre niñas ya que, hoy en día, el 24 por ciento de estos perfiles son mujeres y en 10 años se prevé que disminuya al 22 si no se toman las medidas correspondientes.
Es claro y notorio que esta nueva revolución creará mucho empleo. Lo importante, sin embargo, será dónde se creará y, no nos quepa duda alguna, será allí donde haya talento e innovación. Esa es la clave. Solo con una firme actitud innovadora afianzaremos un modelo de crecimiento económico, socialmente responsable, para crear valor futuro. Un modelo que fomente la industria 4.0, la generación de empleo de calidad, el desarrollo del talento y los nuevos negocios.