
El viernes por la tarde, en los pasillos del centro de congresos de Davos (Suiza), apenas quedaban unas pocas personas cerrando reuniones de última hora. Otros buscaban la manera para regresar desde la burbuja del Foro Económico Mundial a la realidad. El barullo de los últimos días desapareció. A esas horas tan solo se escuchaba la voz de Donald Trump.
La lejanía del iPad desde el que llegaba el sonido de su discurso inaugural en directo apenas restaba fuerza a las advertencias que lanzó desde las escaleras del Capitolio de EEUU. Una carga contra la élite nacional, una arremetida contra la globalización. Un huracán verbal de fuerza cinco contra Davos. "Sus victorias no han sido las vuestras. Eso termina aquí y ahora", clamó mientras prometió que el 20 de enero de 2017 sería el día en el que se le devolvió el poder al pueblo.
Davos arrancó sus cuatro días de paneles con el medio centenar de jefes de Estado y Gobierno, decenas de ministros y la práctica totalidad de la élite empresarial bajo el tema de "liderazgo responsable y receptivo". La pompa de este lema no logró enmascarar el que era el verdadero quebradero de cabeza para la cúpula del planeta. Davos, la Montaña Mágica de Thomas Mann, en la que su mujer luchó contra su enfermedad del pulmón, o en la que la esposa del creador the Sherlock Holmes, Arthur Conan Doyle, lidió con su tuberculosis, recibía ahora un paciente mucho más complicado.
Un mundo con potencias blandiendo retórica belicista, países abandonando a sus socios históricos, clases enfrentadas, y una economía que no funciona para la gran mayoría. El sistema global, y no sólo la globalización, necesita una cura.
La élite mundial, que hasta hace poco se había protegido en el discurso positivo de la globalización, su capacidad para reducir la brecha entre las naciones, y para sacar a más de 1.000 millones de personas de la pobreza, no puede negar más la realidad. La globalización no sirvió para aumentar la prosperidad de los ciudadanos del mundo desarrollado, los que primero la abrazaron, los que más sufrieron sus espasmos cuando pinchó por el flanco financiero en 2007-2008, y los que continúan pagando la factura con una tozuda desigualdad.
La prueba de los errores
Estos ciudadanos devolvieron el golpe en su campo de juego: las urnas. Pidieron control, protección y soberanía, ya fuera con la salida del Reino Unido de la UE o la elección de Trump. "En todo el mundo existen pruebas de un creciente rechazo contra elementos del status quo domestico e internacional", señaló el informe de riesgos para este año del Foro Económico Mundial.
El documento advirtió que este "creciente ambiente de populismo" prueba que ya no es suficiente con generar crecimiento, sino que hay que repartirlo mucho mejor. Coincidiendo con el mismo diagnóstico, el informe publicado la víspera del arranque del foro por parte de PwC indicó que "el descontento público no es solo un peligro para el crecimiento, el bienestar social y la igualdad son vitales para conducir el rendimiento económico a largo plazo".
"Los liberales se equivocaron cuando decían que los mercados cuidarían de todo, que los gobiernos no eran necesarios" recogió el vicepresidente de la CE, Frans Timmermans, quien añadió que incluso ahora Davos es consciente del error.
El cocktail resulta demasiado peligroso para continuar ignorándolo, coincidieron la docena larga de empresarios, consultores y políticos con los que habló elEconomista durante las jornadas. El libre mercado, y su extensión global, se encuentra asaltados por sus enemigos más acérrimos: el nacionalismo y el proteccionismo.Este peligroso matrimonio, "está revirtiendo la tendencia vista desde los 90 que sirvió para reducir la brecha entre naciones", comentó el fundador y presidente de Bridgewater, Ray Dalio. "Existe un riesgo significativo de que la globalización esté terminando", añadió.El Brexit y la elección de Trump fueron solo las primeras señales.
Pero la lista de males por delante puede continuar aumentando. Las elecciones que sacudirán el calendario europeo este año, en Holanda (marzo), Francia (abril y mayo), Alemania (septiembre) y seguramente Italia, darán nuevas oportunidades para que la ciudadanía continúe expresando su malestar. Las señales llegan a veces por lados inesperados.
Presionado por el empuje populista en su país, el primer ministro holandés, Mark Rutte, pidió una Europa que se aparte de "las ideas románticas" y sea pragmática, enterrando el principio de la 'unión cada vez más estrecha'. La sentencia de muerte del que ha sido el leitmotiv de la integración europea durante seis décadas resonó con fuerza ante la élite global no sólo porque llegó de boca del líder de uno de los socios fundadores, sino también porque lo hizo justo cuando la UE está a punto de celebrar con pompa el 60 aniversario del Tratado de Roma, su documento fundacional. "Algunos están en modo campaña", advierte en una entrevista con este diario el comisario de Asuntos Económicos, Pierre Moscovici. Sin embargo, reconoce que Europa necesita ser "más protectora, más democrática y más eficiente".
El proyecto europeo y la globalización son primos hermanos. Ambas son empresas elitistas, inspirados por valores similares de apertura, y que han confiado en los beneficios económicos para ganarse a una descreída ciudadanía. La Gran Recesión transformó la indiferencia hacia estos procesos en animadversión. La negligencia de la élite hacia una gran mayoría de la población que veía como sus condiciones de vida empeoraban, mientras las suyas mejoraban, prendió la mecha.
Lagarde dio la voz de alarma
La directora gerente del FMI, Christine Lagarde, intentó dar la voz de alarma en 2013 precisamente ante el foro de Davos. No sólo fue ignorada por la élite, sino que incluso sufrió los ataques de algunos economistas de su propia institución, según reconoció en un panel. "Si tenemos estas fuertes señales, como las que llegan de los votantes, realmente es el momento de ver qué políticas tenemos para solucionarlo".
Entre las opciones, indicó que hace falta "más redistribución" de la que existe hoy en día, sin entrar en detalles. La toma de conciencia ha sido clara y unísona en la edición de esta edición.Sin embargo, no todo el mundo coincide en que el diagnóstico de la enfermedad vaya a llegar junto con la cura. Para algunos, la razón de la parálisis deriva de la falta de un "consenso práctico" en torno a la soluciones, como opina Richard Samans, miembro del Consejo del Foro Económico Mundial. Otros conceden fuera de micrófonos que los consejeros delegados y los políticos tienen otras prioridades tan pronto como abandonan la burbuja de los Alpes suizos.
Los que prefieren mantener el optimismo señalan que "los líderes empresariales y los políticos están escuchando, existe una conciencia como nunca lo ha habido antes sobre ello", como comentó el consejero delegado de PwC, Bob Moritz.
El tiempo para conseguir una economía verdaderamente al servicio de los ciudadanos se agota. Porque los desequilibrios nacionales que provoca la globalización se están combinando con los efectos negativos de la revolución tecnológica, cuyo efecto será mucho más devastador para cientos de miles de trabajadores, y alterará profundamente como vivimos e incluso la naturaleza del Estado del Bienestar.
Tras más de un cuarto de siglo ignorando las protestas de aquellos que pedían una globalización al servicio de los ciudadanos y no de las empresas, que clamaban por un comercio no sólo más libre (free) sino también más justo (fair), el mensaje finalmente ha calado en los círculos del poder y del dinero. Hasta tal punto que las palabras que se escucharon este año en el foro estuvieron más cercas de las proclamas de Seattle de hace casi dos décadas que de las de Davos hace una década, antes de que la crisis estallara.
"Esto es básicamente una cumbre de la élite, lo que estamos discutiendo es un anti-Davos", reconoció Dalio. Los poderes públicos y privados se arriesgan a llegar tarde para intentar curar una enfermedad que ha mutado y es más peligrosa.
No son solo los desajustes del libre comercio los que tienen que corregir, sino también el impacto de una revolución tecnológica que no se sabe aun donde nos llevará. Las soluciones pasan por remedios repetidos (mejorar y adaptar los modelos de educación), reformas largamente conocidas e igualmente pospuestas (lucha contra la evasión fiscal), e incluso soluciones más innovadoras, como una renta básica universal. Todas ellas, en mayor o menor medida formarán parte de la receta final.
Sin embargo, el objetivo final, rearmar al ciudadano frente a un mundo más inestable, requerirá un cambio más ambicioso y sustancial.Aunque el optimismo se filtró con dificultad en los debates y las conversaciones, existen razones para mantenerlo en esta época de incertidumbres. Y no solo porque la economía global va a aguantar los baches que se avecinan este año, según el FMI. Sobre todo, porque los mimbres existen para recuperar a ciudadanos y no a seguidores.