
Hace 30 años, The Eagles culminaba su canción Hotel California con una advertencia que muy bien podrían poner a la entrada de cualquier aeropuerto internacional a la vista de las esperas que sufren los pasajeros: "You can check out any time you like, but you can never leave" (en traducción libre: "Puedes facturar cuando quieras, pero nunca podrás salir").
Facturaciones -en efecto- más largas, registros en cualquier momento, listas interminables de objetos prohibidos, escáneres que silban al paso de pendientes o gafas de sol, perros olisqueando papeleras y maletines, policías en cada esquina y miles de cámaras velando por su seguridad. Desde los atentados de las Torres Gemelas del 11 de septiembre de 2001, los aeropuertos se han convertido en fortines de la seguridad más avanzada para evitar otra tragedia. La víctima colateral -asumida ya por todos- es el tiempo de los pasajeros.
¿Cuánto vale el tiempo?
En el mundo de los negocios, demasiado. El incremento de las medidas de seguridad que se decretaron tras el atentado terrorista frustrado el pasado 10 de agosto en Londres causó pérdidas de 1.000 millones de euros. O ése fue el cálculo realizado por el Premio Nobel de Economía, Joseph Stiglitz, sólo en lo que respecta a los pasajeros.
Las compañías, que veían despegar vuelos incompletos, porque los viajeros no habían llegado a tiempo por culpa de los controles, reclaman indemnizaciones millonarias al Gobierno y a los operadores aeroportuarios. Temen que si no se agilizan los cacheos y las inspecciones, más de uno empiece a pensar en otra forma de transporte. O que los viajes de negocio se reduzcan a lo indispensable y triunfen las videoconferencias.
Ryanair, la mayor compañía de bajo coste de Europa, tiene preparada la factura que le presentará a Blair por las molestias sufridas: 4,5 millones de euros. La solución a sus cuitas -reclamada tanto por ésta como por British Ariways- es bastante simple: hace falta más personal o hay que volver a la situación anterior, cuando la seguridad no era tan extrema.
El muro americano
Desde luego, los gobiernos se han dejado mucho dinero en el camino que va del 11-S a hoy. Nadie critica una partida que lo único que busca es protegernos. Como siempre -y como es lógico- Estados Unidos es el que más ha gastado. La Administración para la Seguridad en el Transporte norteamericana cuenta con un presupuesto anual de 5.600 millones de dólares, de los que dedica más del 90 por ciento a los aeropuertos. Dinero, para más señas, público, ya que la TSA (siglas en inglés de la organización) dejó de ser privada en noviembre de aquel 2001 y desde entonces depende del Gobierno.
La TSA cuenta con 43.000 oficiales y 7.000 puntos de inspección repartidos en 450 aeropuertos. Cada día revisa millones de equipajes y obliga a quitarse los zapatos a millones de personas en busca de explosivos en las suelas. Todos y cada uno de los equipajes que van a la bodega del avión son inspecionados. De hecho, esta medida se ha adoptado en la práctica totalidad de lo países occidentales a raíz del ataque contra las Torres Gemelas.
Artículos prohibidos
Como también fue una decisión derivada del 11-S la prohibición de subir a bordo cualquier objeto punzante, desde cuchillas de afeitar hasta tijeras de más de seis centímetros de longitud. O destornilladores, llaves ingleses, cúteres, cualquier munición e incluso mecheros con forma de arma de fuego.
Si, además, usted tiene un niño que adora las pistolas de juguete, convénzale de que no la lleve encima en el viaje porque puede meter en problemas a la familia en cualquier aeropuerto del mundo. En el apartado del surrealismo al que se llega en esta obsesión con la seguridad, las listas de objetos vetados -y que se aplica de forma generalizada- incluyen una catapulta.
La exhaustividad de la lista (no está de más echarle una ojeada, ya que está disponible en la web de Aena, por ejemplo) conlleva la enésima consecuencia. Volviendo a Estados Unidos, la espera media para atravesar los arcos de seguridad en un vuelo interno supera los 20 minutos. Para un extranjero que entra en el país, atravesar el control de pasaportes no baja de la hora y media. En el resto del planeta, la sensibilidad de los rayos X se ha elevado igualmente, de forma que las hebillas metálicas o una chica con media docena de horquillas en el pelo harán sonar a la máquina.
Con lo que todo esto supone también en colas más duraderas para todos los que estén embarcando. En esto que llegó el 10 de agosto y la Policía británica desmanteló una trama que pretendía hacer volar varios aviones con explosivos líquidos escondidos en botes de gel.
Del 11-S al 10 de agosto
La respuesta de la parte del mundo amenazada ha sido inmediata. En los vuelos con destino o salida Estados Unidos y Reino Unido ya no se puede transportar en el avión ningún tipo de bebida (excepto medicamentos absolutamente necesarios durante el tiempo de trayecto y leche infantil que debe ser probada por los padres al pasar el control).
La medida, que fue considerada temporal, sigue en vigor. Tampoco es de extrañar que se extienda poco a poco a los demás. Bastante más cerca de extenderse parece estar la última reclamación de Washington: disponer de la lista completa de pasajeros 15 minutos antes del despegue y no esperar a que ya esté en vuelo para poder revisarla (más de un avión se ha vuelto a tierra por ello).
¿Y todo esto es suficiente? La Comisión que el Congreso estadounidense constituyó para investigar los atentados del 11-S cree que no. Todo lo que se hace en los aeropuertos no se hace en los puertos o en las carreteras, por poner dos flancos de alto riesgo. Ni siquiera las medidas en los aviones garantizan nada, aunque el último plan -el de Londres- se desactivó a tiempo.
Cuenta esa misma Comisión del 11-S que, de haber existido en 2001 los controles actuales, 15 de los 19 secuestradores de los aviones habrían sido cazados. Esos cuatro terroristas que hubieran quedado libres incluso hoy dejan claro que la seguridad perfecta no existe. Quizás no exista nunca, con lo que lo mejor es tomarse con calma el paso por los aeropuertos. Al fin y al cabo, estamos hablando de la seguridad de todos. Incluída la suya.