
Los registros de bajas de afiliación a la Seguridad Social española anotaron 243.115 dimisiones en el pasado mes de marzo, un 10,7% más que en el mismo mes de 2024, lo que eleva el total acumulado en el primer trimestre a los 663.059 y le convierte en el arranque del año más intenso en renuncias desde que hay registros. La evolución destaca en un contexto global como el actual, marcado por un enfriamiento del empleo en las principales economías del mundo. Pero en España las cifras siguen un 46% por encima desde los niveles previos a la pandemia, mientras en Estados Unidos, considerado hasta 2023 el epicentro del fenómeno global de la 'Gran Dimisión', están ya un 6% por debajo. Eso sí, el fenómeno en ambos países tiene causas y unas consecuencias completamente diferentes. Aunque también similitudes que ayudan a entender una tendencia en la que la literatura se ha impuesto con demasiada frecuencia a los datos.
La verdadera historia de las dimisiones, al menos la que podemos contar con cifras comparables, empieza mucho antes, en 2015. Es entonces cuando en nuestro país se puede dar por finalizada la Gran Recesión, iniciada en 2008, y también arranca la serie histórica de la Oficina de Estadísticas Laborales (Bureau of Labor Statistics) de Estados Unidos, uno de los pocos organismos públicos que lleva un registro específico de las renuncias, lo cual es lógico: a fin de cuentas, son la primera causa de extinción de un empleo en ese país, por encima de la caducidad de contratos temporales o despidos (agrupados bajo el término lay off).
En España, el escenario es diferente. Hay más dimisiones que despidos y bajas por no superar el periodo de prueba (sumaron 465.735 en el primer trimestre), pero quedan en segundo lugar y a mucha distancia por detrás de los ceses por caducidad de un contrato temporal (2,18 millones). Eso si no contamos las bajas por pase a la inactividad de un fijo discontinuo, que, aunque supone que el trabajador no cobra sueldo, ni cotiza hasta que la empresa vuelve a llamarle, no conlleva la extinción del contrato. Estas suman un total de 909.192 en el primer trimestre.
A simple vista, queda claro que las cifras de Estados Unidos no son ni remotamente comparables con España: el pasado mes de marzo se registraron 3,05 millones de renuncias de trabajadores (en cifras no estacionalizadas). Y aun así, como decíamos es una cifra 'baja', que se sitúa un 6% por debajo de 2019, aunque supera en un 22,5% los registros de marzo de 2015. En el mismo periodo España ha anotado un repunte acumulado del 167%.
Hay que tener en cuenta que la variación porcentual depende del volumen de partida: si es muy reducido, como en España, las subidas son más intensas. Por eso la comparativa no implica que nuestro país haya aumentado más las renuncias que Estados Unidos en términos absolutos, pero sí que el cambio que supone este incremento debería tener mayor impacto que en un mercado laboral mucho más habituado a las renuncias. Aun así, en ambos casos se registra una elevada fluctuación estacional en la evolución de las renuncias.
A priori, las dimisiones son un reflejo de un mercado laboral dinámico en el que las posibilidades de encontrar mejores oportunidades laborales hacen que los trabajadores abandonen puestos que no les convencen. Estados Unidos tiene una tasa de paro del 4,2% y España del 11,4%. Pero es la más baja desde la Gran Recesión. En ambos casos, el auge de las dimisiones se explicaría por una recuperación del empleo, aunque esta tesis admite matices en los dos países.
Renuncias Made in Usa
En Estados Unidos hablamos de un mercado laboral con una legislación mucho más laxa que la del europeo, tanto en lo que se refiere a la negociación salarial como a las indemnizaciones en caso de despido. Esta últimas no están tasadas por una ley federal, como en España, y aunque los estados pueden regularlas, en muchos casos depende de los acuerdos ofrecidos en cada empresa. Esto conlleva que la pérdida por cambiar de empleo sea siempre mucho menor que la ganancia. Sobre todo, en los empleos de peor retribución y condiciones laborales.
Esto queda muy claro si acudimos a las estadísticas de la BLS: si las dimisiones afectan cada trimestre al 2,1% de los ocupados, esta tasa se dispara al 4,4% en hostelería, pero cae al 1,5% en finanzas, al 1,4% en la industria manufacturera, al 1,5 en la educación privada y al 0,8% en el sector público. El sector tecnológico apenas alcanza el 1%.
Si nos fijamos en los datos absolutos, vemos que el 47% de las dimisiones se encuentran en la hostelería, la logística y los cuidados sociales. Esta distribución hace que, pese a su elevado número, no afecten de manera general a la economía y los salarios, ya que los que renuncian son los trabajadores peor pagados. Y, además, en su mayoría pasan a trabajos similares en el mismo sector, con lo cual los salarios a los que optan no son mucho mayores.
Pero a la vez, tenemos que el 16% de las renuncias se engloba en los "servicios profesionales", que engloba a todo tipo de consultores, abogados y trabajadores de oficina de media y baja cualificación. Su tasa sectorial es algo más alta que la media, afectan al 2,5% del total de sus ocupados. Al haber un número relativamente elevado de trabajadores de 'cuello blanco' sujetos a dimisiones, se alimenta la idea de que las renuncias siguen los patrones de su sector y crea un relato del fenómeno que no refleja del todo la realidad, pero tiene un mayor eco en las redes profesionales que utilizan, como LinkedIn. Y, de rebote, también en los medios de comunicación.
¿Pero qué ocurre cuando las dimisiones se disparan por un súbito crecimiento de la economía y, a la vez, los sectores más intensivos en uso de mano de obra empiezan a tener dificultades para remplazar trabajadores?
Estados Unidos lo descubrió inmediatamente después de la pandemia. Las ayudas públicas, inéditas en su momento, a los trabajadores que perdían su empleo permitieron que muchos se preparan para dar el salto a sectores menos afectados por los confinamientos, o incluso se pensaran reincorporarse mientras cuidaban a sus familiares, lo que sumado al cierre de fronteras y la llegada de inmigrantes supuso que muchas actividades se recuperaron mucho más rápido que la mano de obra disponible. Esto disparó las renuncias y reforzó el poder de los trabajadores para exigir salarios más altos.
Pero una cosa es la realidad económica y otra el relato de las dimisiones, y este venía sesgado por los trabajadores de cuello blanco, que convirtieron el recalentamiento del mercado laboral en una 'Gran Renuncia' que, en ocasiones, parecía desconectada de las condiciones salariales y laborales, y ha recibido todo tipo de interpretaciones. Sumado al 'boom' del sector tecnológico que, aunque en términos absolutos tiene poco peso en el agregado del mercado laboral provocó una enorme demanda y rotación de profesionales, explica que este fenómeno sea uno de los peor entendidos de los últimos años.
Eso sí, su 'decadencia' a partir de 2023 ha sido uno de los indicadores que la Reserva Federal más ha tenido en cuenta para moderación de sus subidas de tipos (al menos hasta la llegada de Donald Trump a la Casa Blanca), lo que indica la relevancia en la economía (y macroeconomía) de un 'sobrecalentamiento' del mercado laboral que parece haber perdido fuelle.
Dimisiones Made in Spain
En España las cosas son muy diferentes. Los datos de Seguridad Social no se desglosan el sector, pero permiten ver cómo las dimisiones responden a los cambios relevantes el mercado laboral. Las renuncias anotan un incremento sostenido desde el fin de la Gran Recesión, aunque en nuestro caso pivotó sobre los contratos temporales, que, aunque generaban menos de un tercio de los asalariados afiliaos, eran los que se firmaban con mayor frecuencia.
Es decir, las dimisiones se concentraban en los empleos nuevos y más 'precarios'. Aunque en nuestro país la extinción de un contrato eventual al llegar a su fecha límite también conlleva una indemnización, menor que la de un despido, pero de 12 días por año. Esto explica que muchos trabajadores prefirieran esperar a agotar el contrato antes de buscar nuevas oportunidades. A pesar de que el mercado laboral se recuperaba. En este sentido, hay que precisar que los ERTEs, al ser ayudas dirigidas a las empresas para frenar despidos y no para los trabajadores en paro, no afectaron a las dimisiones.
Por su parte, los indefinidos no veían mucho incentivo a perder su antigüedad por cambiar de trabajo en un mercado laboral en el que nueve de cada diez contratos eran temporales.
Pero con la reforma laboral de 2021 hay un cambio radical: la posibilidad de obtener un contrato indefinido es mucho mayor. Esto llevó a que muchos eventuales dimitieran en un primer momento, si bien según los meses pasan se aprecia que la composición de las renuncias ha cambiado y ahora la mayoría son de trabajadores indefinidos, que se han disparado.
Esto es un fenómeno sorprendente Ahora es más fácil obtener un contrato indefinido, suponen seis de cada diez de los que se firman. Pero los que renuncian son los que lo obtienen, no los eventuales. Aquí hay que en cuenta dos variables: primero, que el aumento del empleo desde la pandemia, de unos tres millones de afilados, se ha concentrado en los indefinidos, mientras que el de los temporales está en mínimos. Esto explica que dimitan menos eventuales.
Por otro lado, no solo hay más indefinidos que nunca, sino que tienen menos reparos para renunciar aunque sea por un trabajo similar. Incluso en los sectores considerado más 'precarios' como la hostelería, la contratación indefinida se ha disparado. Ahora bien, esto afecta a los que acumulan menor antigüedad (es decir, derecho a indemnización por despido), porque según los datos de la propia Seguridad Social y la EPA, las cifras de asalariados que llevan en el mismo puesto desde antes de la reforma laboral se mantienen en niveles similares.
En otras palabras: el auge de las dimisiones se estaría concentrado en actividades en los que antes se 'abusaba' de la temporalidad y ahora encuentran que sus nuevos fijos son extremadamente volátiles. En este sentido, es un factor clave que determina la falta de mano de obra y 'tira' al alza de los salarios, ya que los trabajadores ganan poder para negociar. Un escenario que, en estos casos, sí sería similar al vivido en Estados Unidos hace unos años.
Con la diferencia, no merno, de que en España parece lejos de desinflarse. Aunque las perspectivas económicas en nuestro país son mejores que en Estados Unidos, este auge parece responder más a un cambio estructural en el mercado de trabajo relacionado con la reforma laboral que, en teoría, beneficia a los trabajadores con peores empleos.
Pero esta 'revancha de los precarios' tiene límites: no olvidemos que estamos en España: las extinciones de empleo por caducidad de un temporalidad y despidos suman 2,65 millones en el primer trimestre. Esto implica que la volatilidad no voluntaria es, con diferencia, el motor de nuestro mercado laboral, y explica nuestra elevada tasa de paro. Y aunque se haya reducido tras la reforma laboral, sigue estando en las antípodas de un mercado laboral como el estadounidense.
Esto explica que las dimisiones no puedan tensionar al alza los salarios tanto como ha ocurrido en otros países, aunque su impacto sea mayor precisamente en los sectores con mayor uso de mano de obra. La cuestión es si acercarnos a una legislación como la estadounidense, con recetas como un abaratamiento del despido o incluso un contrato único, corregiría esta situación o la empeoraría.
El hecho es que la norma que ha logrado los avances más llamativos es la única, en lo que va de siglo, que deja al margen esa cuestión. Los datos apuntan a que habría que avanzar en otras reformas estructurales para transformar el modelo productivo antes de plantearnos volver a hablar de esas recetas.