Economía

El origen de la obsesión de Trump con los aranceles: una humillante derrota contra japoneses por comprar el piano de Casablanca

  • Una derrota en una subasta marcó su revanchismo contra Japón
  • El presidente lleva décadas insistiendo en que los aranceles son buenos
  • Desde 1988 pide que "los países extranjeros paguen impuestos a EEUU"
Humphrey Bogart (Rick Blaine) y Dooley Wilson (Sam), en un plano de Casablanca. Foto: Alamy

Donald Trump se ha hecho famoso por sus cambios de chaqueta, giros de opinión y medias vueltas en la gran mayoría de sus ideas políticas. Pero hay un tema en el que el presidente de EEUU lleva cuatro décadas diciendo exactamente lo mismo, palabra por palabra, cada vez que alguien le pregunta: los aranceles. Un trauma en 1988, cuando un inversor japonés le arrebató un piano que había aparecido en la mítica película Casablanca, solidificó su odio por los déficits comerciales y su obsesión con poner aranceles a todos los países del mundo. Una posición que no ha cambiado un milímetro desde entonces y que hoy amenaza con arrasar la economía mundial.

A finales de los 80, EEUU veía a Japón con un recelo creciente. Los coches de Honda inundaban las calles de EEUU, las familias compraban consolas de Nintendo por millones y los inversores japoneses compraban edificios o equipos de fútbol americano por todas partes, para invertir todos los dólares que obtenían de las ventas de productos a EEUU. Hasta que un día de 1988, en una subasta, los inversores japoneses se cruzaron con un empresario del ladrillo neoyorquino. Trump, que acababa de cumplir los 41 y estaba celebrando el éxito de su libro El arte de la negociación, quiso comprar el piano del Rick's Cafe de Casablanca, aquel en el que Sam tocaba la canción otra vez. Pero un inversor japonés le ganó en aquella competición. Y Trump ni olvida ni perdona.

Un año después de aquel día, Trump fue entrevistado en televisión y lanzó un mensaje que podría haber salido de la rueda de prensa del 'día de los aranceles' de la semana pasada: "Creo muy fuertemente en los aranceles. Japón, Alemania, Arabia Saudí y Corea del Sur están robando a EEUU. Somos una nación deudora y tenemos que poner impuestos, poner aranceles para proteger al país". Su idea era que "estos países que nos están robando sean los que paguen nuestro déficit de 200.000 millones de dólares".

Y la cosa no se quedó así. Precisamente, uno de los actos grandilocuentes que le llevó a la fama nacional fue una "Carta al Pueblo Americano", que publicó en una página entera de los grandes periódicos del país, con su firma al pie. En esa carta, denunciaba que "Japón y otras naciones se han aprovechado de EEUU", y proponía "Cobrar impuestos a esos países ricos, no a los estadounidenses. Terminemos con nuestros enormes déficits y bajemos los impuestos. No dejemos que se sigan riendo de nuestro gran país".

Carta de Trump a los estadounidenses

Desde entonces, sus mensajes no han cambiado un milímetro. En marzo de 1990 aseguraba que, si algún día llegaba a la Casa Blanca, lo primero que haría sería poner un arancel a "todos los Mercedes que entren en este país". En 1999, cuando hacía campaña para la presidencia por el Partido Reformista, dijo que "Quizá tiene que haber una guerra comercial. No va a durar mucho, porque si Japón no vende a este país, tendrán que cerrar el negocio". De ahí paso a asegurar que las guerras comerciales "son buenas y fáciles de ganar". Para 2011, en la segunda de sus cinco campañas presidenciales, ya cambió de enemigo: "China, hijos de puta, os vamos a cobrar un impuesto del 25%", dijo en un mitin en Las Vegas.

Varios errores básicos e incorregibles

Si hay algo que queda claro de mirar su historial es que Trump siempre ha pensado que los déficits comerciales son "un robo" y que deben ser arreglados como sea. Y la mejor solución son los aranceles, que, según lleva décadas diciendo, él cree que equivalen a "cobrar impuestos a otros países". Es más, escuchándole hablar, podría parecer que Trump cree que los aranceles son una especie de tasa que los países se cobran entre sí por el comercio que realizan ambos.

En el mundo que Trump lleva habitando desde los años 80, el comercio internacional es "un robo" al país, porque es poco menos que enviar dinero nacional para "subvencionar" a los otros países, como dice estos meses cada vez que se le pregunta sobre Canadá. El analista Noah Smith ve posible que Trump haya leído que uno de los métodos de cálculo del PIB resta las importaciones al consumo, la inversión y las exportaciones, y asuma que, sin importaciones, el PIB crecerá. "No entiende que esto es porque las importaciones ya se cuentan en el consumo y la inversión, así que se restan para no contarlas dos veces", añade.

Sea este error real o no, lo que está claro es que Trump cree firmemente que el déficit comercial es la causa del déficit y la deuda pública, y de ahí su creencia de que EEUU es un "país deudor" por ello. Por supuesto, esto no es así: la causa de la deuda pública no es ni más ni menos que el descuadre entre el alto gasto público y los bajos impuestos. Si EEUU cuadrara su presupuesto, el déficit público desaparecería, por muchas importaciones que siguiera comprando.

Pero Trump ve en esto una solución maravillosa para el problema de la deuda pública de EEUU. La solución no es recortar gastos y subir impuestos. La solución es poner aranceles y "cobrar impuestos a otros países". Que los contribuyentes europeos, chinos o camboyanos paguen la deuda pública de EEUU enviando sus impuestos a Washington, al estilo de los reinos tributarios de los imperios medievales o las colonias de la Edad Moderna, pero con todo el planeta. La mayoría de analistas, economistas y expertos, que entienden que los aranceles los pagan exclusivamente los ciudadanos de EEUU, llevan meses intentando descubrir el plan secreto detrás de las decisiones de Trump. Pero el presidente lleva décadas repitiendo lo mismo: si yo pongo un arancel a China, Pekín tendrá que pagarme impuestos. De ahí que Trump se pregunte por qué ningún otro mandatario ha aplicado este "truco mágico" para enriquecer al país.

Esta idea también le ha llevado al enorme contraarancel adicional del 50% contra China anunciado este lunes. Si, razona él, hasta ahora China estaba 'cobrando un impuesto' a EEUU mediante sus aranceles, él va a ponerlos más altos que China para que a Pekín le salga 'a pagar'. Y si China sube el suyo, Trump lo subirá aún más, para seguir ganando. Si China cobra infinito, él cobrará infinito más uno.

El propio presidente lo dijo en el 'día de los aranceles'. En su visión extraña de la historia, hasta 1916 los extranjeros pagaban el presupuesto de EEUU a base de aranceles, y el país era enormemente rico. "Inexplicablemente", dijo, "alguien decidió cambiarlos por el impuesto sobre la renta". Su ilusión es poder recortar al máximo, o incluso eliminar, el IRPF y el Impuesto de Ganancias de Capital para reemplazarlos por aranceles. Y no tiene intención de parar hasta cumplir su sueño.

Los déficits son inevitables

A eso se suman dos errores más de teoría. El primero es que es imposible equilibrar el comercio con todo el mundo. Si Vietnam tiene un superávit comercial con EEUU no es porque Vietnam haga "trampas", sino porque EEUU es un país más rico, cuya demanda es mayor que su capacidad de producir bienes, mientras que un país pobre como Vietnam no tiene apenas necesidad de comprar los productos especializados y caros que vende EEUU. Cualquier libro de teoría económica explica que las diferencias dependen del nivel de ahorro y gasto de los ciudadanos. Alemania es un país muy ahorrador, de ahí sus enormes superávits, mientras que EEUU es el país más gastador del planeta. La única forma de arreglar las balanzas es empujar a los alemanes a comprar más cosas, u obligar a los estadounidenses a comprar menos y ahorrar más, lo que sería un shock para la sociedad más consumista del mundo.

Y el tercer problema es que EEUU es el único país del mundo que puede comprar cualquier cosa de cualquier país usando su propia moneda. Para un país como Brasil, México o Corea del Sur, endeudarse en dólares es un riesgo, porque ellos no pueden controlar el tipo de cambio y si su moneda se devalúa, las deudas pueden convertirse en impagables y hundir la economía del país. EEUU no tiene ese problema: es la moneda de reserva del mundo y la demanda por ella es gigantesca. Eliminar su déficit comercial supondría retirar dólares del mercado financiero internacional. Y, a largo plazo, ese puede ser un problema mayor.

Pero lo que está claro es que Trump no tiene ninguna intención de dar marcha atrás o cambiar de rumbo. El magnate lleva 40 años diciendo lo mismo sobre los aranceles. Por una vez, tiene la oportunidad de hacer lo que, para él, es la solución a todos los problemas de EEUU. Un hundimiento del mercado y una recesión no van a hacer que cambie de opinión a estas alturas.

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