
Imagine la siguiente situación. La guerra de Ucrania finalizó hace varios meses y, mientras el país eslavo trata de reconstruirse, Rusia lanza una invasión sobre las repúblicas bálticas desde Kaliningrado, Bielorrusia y San Petersburgo. Estados Unidos rechaza movilizar sus tropas (o directamente el Pentágono las ha retirado del continente) y Europa está sola frente al Kremlin. Este relato que parece sacado de una novela militar es el principal temor de las fuerzas armadas europeas, según constatan varios informes de los servicios de inteligencia del continente, entre ellos el danés. Y no por un miedo paranoico: Moscú tiene un interés estratégico por las repúblicas exsoviéticas de Estonia, Letonia y Lituania.
Según los citados informes, el Báltico es el teatro de operaciones más plausible, ante una hipotética invasión rusa contra Europa, por el deseo de Moscú de integrar su exclave europeo. Las tres repúblicas fueron anexionadas a la Unión Soviética durante la Segunda Guerra Mundial y su conquista por Vladímir Putin, presidente de la actual Federación Rusa, uniría el oblast de Kaliningrado con el resto del territorio ruso. Suponen un objetivo más importante que invadir Finlandia o Noruega.
Una gota de sudor frío recorre ahora a todos los países europeos. Los mensajes provenientes de los dirigentes estadounidenses, desde Donald Trump hasta JD Vance, han confirmado que la Casa Blanca no es un aliado fiable. La mayoría de los países de Europa Oriental llevan advirtiendo mucho tiempo el riesgo de confiar en exceso: la UE necesita poder defenderse sola si Washington decide retirarse del continente y abandonar la OTAN a su suerte. La duda para Europa, si se cumple la peor de las pesadillas, es ahora una: ¿qué necesitaría el continente para detener a las tropas de Putin y garantizar su seguridad sin la ayuda de EEUU?
Tanques, obuses y… 300.000 soldados europeos
Estados Unidos tiene cada vez menos efectivos en suelo europeo. En estos momentos Washington mantiene desplegados en Europa menos de 100.000 soldados repartidos en diferentes bases militares por todo el continente. El Pentágono ha confirmado la retirada en los próximos meses de al menos 10.000 militares en un repliegue que hace años que EEUU lleva queriendo acometer.
Durante la Administración Biden y el comienzo de la guerra de Ucrania, el Pentágono estimaba incrementar en 200.000 militares las fuerzas norteamericanas en Europa si había una agresión rusa a los aliados, según indica RAND, centro asesor del Departamento de Defensa estadounidense. Este planteamiento era el imperante hasta la llegada de Trump a la Casa Blanca. EEUU calculaba que harían falta 300.000 efectivos en suelo europeo listos para el combate para detener a Putin en una ofensiva inicial.
Los aliados esperaban hasta ahora que ese apoyo proviniera del ejército estadounidense. Sin embargo, con la incógnita de que haría Washington en un enfrentamiento, los analistas internacionales establecen que esas 300.000 fuerzas deben provenir de un mando conjunto de Europa junto a más de 4.000 blindados y piezas de artillería.

Los ejércitos europeos suman casi 1,5 millones de soldados (sin contar reservistas y otras fuerzas, que llegaría a los casi 2 millones), según el anuario del Instituto Internacional de Estudios Estratégicos (IISS). El problema que apunta el Instituto Bruegel es que dichas tropas carecen de un verdadero mando unificado, principal inconveniente de la defensa europea si EEUU se retira de la OTAN. Aunque la mayoría de los países europeos cuentan con estándares de la alianza atlántica, hay dudas sobre la capacidad de gestión integral en una guerra a gran escala. El temor entre lo que dice el papel y lo que se ve en un combate se ha acentuado con la victoria de cazas chinos en las batallas en el aire entre Pakistán y la India.

Los planes otanistas contemplan un despliegue rápido de hasta 40.000 soldados para enfrentarse a una primera amenaza. Esta fuerza de intervención militar representa la punta de lanza de los aliados atlánticos, mientras se preparan el resto de las tropas. Los centros de investigación militar, no obstante, son escépticos con este movimiento teórico y creen que, en la práctica, las unidades rápidas están diseñadas para que Estados Unidos asuma el mando completo de la operación con sus propias fuerzas.
Según Bruegel, Europa se encuentra en una disyuntiva: o incrementa en 300.000 unidades específicas sus soldados para organizar batallones multinacionales para un ataque rápido, o aumenta la coordinación de las tropas en un mando combinado. El resto de escenarios conducen a la incapacidad para detener, o al menos frenar, el avance ruso en una hipotética invasión báltica.
Suponiendo que Rusia desplegara una fuerza de ataque similar a la que invadió Ucrania en febrero de 2022, a esos 300.000 militares habría que añadir 700 piezas de artillería, 2.000 vehículos de combate de infantería y 1.400 carros de combate modernizados para que Europa repela el primer asalto de Putin. Este sería en un escenario teórico de choque para los primeros 90 días del conflicto. Sin tener en cuenta armas nucleares.

Financiar el rearme a gran escala
Las fuerzas europeas, aunque en la teoría son mayores a las de Rusia, cuentan con una debilidad que Moscú puede explotar: su fragmentación en docenas de pequeños ejércitos 'boutique', en muchos casos con material desfasado o en mal estado, tal y como lleva señalando el IISS en sus informes desde hace años. Moscú no es ajena a este problema: ya sufrió su propio proceso de integración al reacondicionar sus arsenales soviéticos para la contienda en Ucrania.
Para poner remedio al entrenamiento de unidades coordinadas y establecer una puesta a punto de los bienes militares, hace falta dinero. El IISS plantea utilizar los activos rusos congelados para, o bien, financiar Ucrania; o bien, directamente emplearlo en inversiones europeas. Los Estados miembros se han opuesto en público a esta propuesta, aunque esta semana Finlandia ha anunciado que utilizará 90 millones de euros de fondos rusos para suministrar munición a Ucrania en una muestra de que incluso ese ideal se está resquebrajando. Las propuestas sobre la mesa son de momento más clásicas: reajustes presupuestarios, desvío de recursos, emisión de deuda y, en última instancia, recortes de servicios públicos.
Aunque los fondos rusos pueden servir para 'romper el cerdito de la hucha', anualmente habrá que incrementar el gasto militar continental en 250.000 millones de euros, según Bruegel. Es la cifra necesaria para alcanzar los niveles de inversión anual del 3,5% del PIB, como ha planteado Ursula von der Leyen, presidenta de la Comisión Europea, en el programa de rearme europeo. En 2024, por primera vez el conjunto de la OTAN (excluido EEUU) llegó al 2% del PIB en gasto militar, según cifras de la alianza atlántica.
¿Quién disparará los rifles?
Toda esta financiación en armas, vehículos y aeronaves necesita un último paso: ampliar los programas de adiestramiento. Ese es, no obstante, el principal escollo de las fuerzas armadas del continente. Países como Alemania cuentan con grandes dificultades para mantener a los reclutas e incluso fuerzas armadas como las de Francia no han reinstaurado el servicio militar debido a las dificultades logísticas.
El caso de Francia es el paradigma de este problema. La primera vez que Emmanuel Macron, presidente galo, anunció la reintroducción de la milicia fue en 2018. Hasta ahora, sigue siendo solo eso: un anuncio. A pesar de las sucesivas promesas políticas de restablecer la 'mili', del apoyo popular en las encuestas (excepto en los jóvenes, principales damnificados) y de la amenaza internacional creciente, el proyecto no ha pasado de ser una idea en un papel teniendo un país con un tejido industrial militar de éxito.
Según el último eurobarómetro, hay diferencias significativas en la percepción del peligro, dependiendo de lo cerca o lejos que se encuentre el ciudadano del frente oriental. Países como España, que se perciben como en la "retaguardia" si hubiese una invasión rusa, ven con menor intensidad los riesgos y les preocupa menos la defensa (20%). En cambio, en países como Lituania se dispara a más de la mitad el apoyo ciudadano a la seguridad como prioridad europea.

Servir a una sola bandera europea
El presidente del Gobierno de España, Pedro Sánchez, señaló en marzo en el Congreso que es necesario una fuerza multinacional combinada. "Apoyamos la creación de un Ejército europeo. Unas fuerzas armadas comunitarias, integradas por 27 países; pero guiada por la misma bandera y los mismos intereses. Solo así nos convertiremos en una verdadera Unión y garantizaremos una paz duradera en nuestra región".
Las virtudes de este mando unificado no se quedaría solo en los batallones, sino también en la producción, según los analistas. "Los fabricantes europeos de equipos de defensa pueden beneficiarse de un rápido crecimiento, pero se enfrentan a retos estructurales relacionados con las peculiaridades del sector europeo", afirma Sebastian Zank, responsable de análisis de crédito corporativo de Scope Ratings, en una nota.
La falta de una economía de escala de la industria militar, la división en las adquisiciones a través de múltiples Gobiernos, y la falta de personal y cadenas de suministro independientes son un lastre para la defensa y la producción europea. Los analistas de Scope Ratings ponen de ejemplo a EEUU: "Puede que pase algún tiempo antes de que la industria europea se parezca más a la estadounidense, donde grandes contratistas como Lockheed Martin, RTX Corporation y Northrop Grumman tienen la ventaja de servir a un único Departamento de Defensa".
¿Será Putin el desencadenante de un Ministerio de Defensa Europeo? Solo el tiempo lo dirá, pero el año pasado se creó por primera vez en la historia de la Unión la figura de un comisario de Defensa. No es casualidad la nacionalidad de esta nueva figura. El cargo es ocupado por Andrius Kubilius, ex primer ministro de Lituania, uno de los objetivos prioritarios del Kremlin.
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