Economía

La inesperada fuerza del mercado laboral se convierte en el talón de Aquiles de la zona euro

  • Las vacantes disminuyen mucho más lento de lo que desea el BCE
  • El mercado laboral se calienta más que el coste de la vida y presiona sobre los salarios  
  • La mano de obra disponible se sitúa en mínimos históricos 
La presidenta del BCE, Christine Lagarde. Foto: Reuters

Si algo ha caracterizado a la actual crisis inflacionaria es la preocupación con la que el Banco Central Europeo (BCE) parece observar a la aparente buena salud del mercado laboral de la zona euro, con una tasa de paro en mínimos históricos que se mantiene impasible ante la subida de tipos e incluso ignora la amenaza de recesión en las principales economías que avalan a la moneda única. Pero la lectura que hace la institución que preside Christine Lagarde es muy diferente: un escenario de fuertes tensiones en la oferta y demanda de la mano de obra que se está revelando como preocupante talón de Aquiles de la región.

Los datos del tercer trimestre reflejan un enfriamiento de la tasa de vacantes (es decir, el porcentaje de puestos por cubrir sobre todos los existentes) del 2,9% en la zona euro, la primera vez que esta tasa baja del 3% desde el cuarto trimestre de 2021.

Aunque este descenso parece insuficiente cuando economías como el 'motor' alemán mantienen su tasa de puestos por cubrir en el 4,1%, Holanda en el 4,7% y Francia en un 2,3%. Son porcentajes que superan los registrados antes de la pandemia, aunque quedan por debajo de las registrados cuando el BCE dio inicio a la espiral de subida de tipos, que ahora se ve abocado a replegar ante el retroceso de la inflación y la advertencia unánime de que mantener el endurecimiento de la financiación disparará el riesgo de recesión en la zona euro.

¿Pero qué tiene de malo un mercado laboral tan sólido que, en algunos países como Alemania o Países Bajos, hay más vacantes que desempleados? La presión que esto ejerce sobre los salarios, ya que la falta de mano de obra hace que los trabajadores puedan reclamar salarios más altos, lo cual se acaba trasladando a los precios, ya sea por aumento de los costes de las empresas o por la vía directa del consumo.

Incluso los salarios negociados en convenio, que se suponen menos volátiles, se disparan un 4,6%. Por su parte, el índice de costes laborales registra incrementos interanuales del 5,3% en el tercer trimestre, 1,9 puntos más que hace un año. Ambos son indicadores clave para diseñar la hoja de ruta de los tipos.

Aunque hay casos extraños, como España, que con la tasa de vacantes más baja de la zona euro, un 0,9%, y la más alta del paro, registraba en el tercer trimestre una subida salarial media del 4,2% que aceleraba la del índice de costes laborales al 5.5% interanual, 3.2 puntos más de lo que se incrementaban hace un año y sol una décima menos que lo que alcanza Alemania. No solo eso: es la economía de la zona euro donde más suben los salarios en las ofertas de trabajo, hasta el 5,7%.

En cualquier caso, que la subida de tipos haya enfriado todos los indicadores económicos salvo los laborales debería considerarse una buena noticia para los trabajadores y los Gobiernos. El anterior gran episodio inflacionario que obligó a esgrimir esta estrategia se produjo en circunstancias muy diferentes: coincidió con la gran crisis financiera y de deuda iniciada en 2008, lo cual agravó la destrucción de empleo al cortar el grifo a las empresas (y con ello elevó la crispación social y política).

En esta ocasión, la subida de precios se debe al rebote de la actividad tras la pandemia (regada por los fondos europeos), pero también a factores 'exógenos', como la guerra de Ucrania o los problemas de suministro en una economía global que despierta tras dos años de frenazo por la crisis sanitaria mundial. También el 'sobrecalentamiento' del mercado laboral se ha dado en otros países, como Estados Unidos, donde la Reserva Federal ha expresado preocupaciones similares a las del BCE. De hecho, fue allí donde se acuñó el término Gran Dimisión. Pero Europa es hoy mucho más vulnerable a un problema cuyo impacto va más allá de controlar la inflación.

Impacto en el coste de la vida

Al inicio de la crisis inflacionaria, el BCE daba poca importancia a la falta de mano de obra, en absoluto comparable a lo que ocurría al oro lado del charco. Consideraba que tendría un efecto limitado en los salarios gracias al mayor peso de la negociación colectiva y se corregiría en cuanto la actividad recuperara la normalidad.

Ello a pesar de que la tasa de vacante ya había superado el 2% en 2018 y 2019, algo que en su momento se acachó a la recuperación económica tras la Gran Recesión y sin repercusiones en los precios. El diagnóstico tras la pandemia ha cambiado radicalmente y una elevada tasa de vacantes ya no se considera una buena señal, sino un síntoma de envejecimiento de la población, que provoca que cada vez haya menos trabajadores disponibles.

Esto supone que el supuesto 'sobrecalentamiento' del mercado laboral se ha convertido en un probelma estructural que ha venido para quedarse.

Históricamente, los países de la UE han recurrido a la inmigración interna o externa para compensar el descenso de natalidad. Pero la evolución de la tasa de vacantes muestra que ya no es suficiente. Y además crece con mayor intensidad que el coste de la vida, como se puede apreciar si comparamos la evolución de la tasa de vacantes desde 20026 (cuando arranca la serie histórica) con la del índice del IPC.

El creciente peso de la falta de mano de obra retroalimenta el del propio coste de la vida a la hora de negociar salarios. Lo que explica la intensa subida salarial en una crisis inflacionaria como la que estamos viviendo, pero también que el mercado laboral sea cada vez menos 'permeable' a medidas como una subida de tipos. En pocas palabras, las empresas tienen cada vez menos margen para reducir la contratación de los trabajadores que necesitan sin jugarse su propia supervivencia, lo que reduce también su poder para imponer una moderación de los sueldos.

Solo hay dos salidas a este 'círculo vicioso' de costes laborales: despedir a los trabajadores menos 'rentables' (lo cual suele señalara los de mayor edad) o trasladarlo a los precios, lo que lleva a que los trabajadores pidan más subidas salariales.

Para una moneda como el euro, muy dependiente del estricto control de las variables económicas y financiera, esto es un serio problema, porque supone que uno de los principales mecanismos de control, la subida de tipos, pierde efectividad ante estos efectos de segunda ronda que irán aumentando según la mano de obra disponible se vaya recortando y las vacantes por cubrir se enquisten en niveles superiores al 2%.

Una holgura cada vez más estrecha

En este sentido, hay otra variable preocupante: la denominad la 'holgura laboral'. Esta estadística mide el porcentaje 'real' de mano de obra disponible sumando parados propiamente dichos (los que aparecen en las estadísticas convencionales) más los que no son considerados como tales a pesar de que están desempleados y quieren trabajar.

Estos 'parados ocultos' que se consideran inactivos en las estadísticas convencionales incluyen a los que no buscan activamente empleo y a los que buscan trabajo, pero no tienen disponibilidad inmediata para empezar en un puesto. A ellos se suman los infraempleados, que tiene trabajo peo solo por unas horas porque no pueden hacerlo a jornada completa. La tasa se situaba en el tercer trimestre en el 11,8% en la UE, su mínimo histórico, y en el 13% en la zona euro.

Un escenario en el que, a pesar de la 'activación' de inactivos, las opciones para cubrir las vacantes se reducen cada vez más es una pesadilla económica. La opción de ampliar la entrada de inmigrantes, aparte de sus derivadas políticas (con varios Estados aplicando políticas cada vez más hostiles a la migración), cuenta con el problema de que la falta de mano de obra se da en todo tipo de sectores. Lo que exige un replanteamiento de las políticas para atraer talento, un debate que la Comisión quieren poner ya sobre la mesa.

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