
19 de enero de 2023, Estados Unidos lleva la deuda a los 31,4 billones de dólares… comienza la cuenta atrás. Aquel día, EEUU alcanzó su techo al incrementar en 2.5 billones su pasivo. Esto significa que el país, por ley, no puede emitir más bonos para financiarse y, a menos que se llegue a un acuerdo con la oposición este verano, la superpotencia entraría oficialmente en default técnico, una situación con pocos precedentes en la historia reciente y que puede traer consecuencias de calado para un país cuya deuda ya supone el 129% de su PIB.
EEUU es un caso extraño a la hora de gestionar la deuda. El Gobierno federal tuvo que luchar con los estados para conseguir el poder de emitir bonos en nombre del país, en vez de depender de que cada uno de los estados financiaran por separado los gastos conjuntos. Pero, a cambio, el Congreso se quedó con el poder de limitar el dinero que el Gobierno puede pedir prestado. Así, cada cierto tiempo, el Legislativo aprueba leyes para que Washington pueda emitir deuda hasta alcanzar cierta cifra o durante un período de tiempo limitado. Una vez se alcanza ese límite, hay que aprobar una nueva ley.
Y precisamente, este año toca renovar ese techo. Pero las elecciones legislativas del pasado mes de noviembre dejaron la combinación más explosiva: un Gobierno demócrata y un presidente republicano de la Cámara de Representantes. En este siglo, cuando un mismo partido controlaba los dos poderes, o había un presidente republicano en la Casa Blanca y demócratas en el Capitolio, estas extensiones fueron un mero trámite.
Pero cuando los republicanos controlan el Congreso pero no la presidencia exigen fuertes recortes al gasto público a cambio de evitar la quiebra técnica del país. Por el momento, el Tesoro está tomando "medidas extraordinarias" para cubrir sus pagos, como aplazar los desembolsos menos prioritarios, pero estas triquiñuelas no son infinitas. La Oficina de Presupuesto del Congreso advierte de que la liquidez del Gobierno podría acabarse entre julio y septiembre, dependiendo de que los ingresos por el Impuesto sobre la Renta sean más o menos grandes de lo previsto. Por su parte, Goldman Sachs advierte de que creen que esto sucedería en agosto. Y cuando eso ocurra, EEUU entrará en un 'default' técnico: tendrá el dinero para pagar las deudas, pero no podrá usarlo.
No hay pánico, pero sí consecuencias
Los CDS (swaps sobre el 'default' crediticio, un seguro contra impagos) de EEUU, de momento, mantienen una probabilidad baja de incumplimiento con sus acreedores. Los CDS a cinco años cotizan en los 32,52 puntos, lo que supone una probabilidad de impago de solo el 0,54%. Sin embargo, la clave está en el hecho de que este valor se ha disparado un 70% en los últimos seis meses y un 169% en los últimos 12. La tendencia creciente ha provocado un cambio drástico con una cotización de 8,2 en 2021 que no ha parado de crecer de manera exponencial.
Sin embargo, la probabilidad de impago se ha disparado mucho más si tenemos en cuenta los CDS más a corto plazo. Los swaps a seis meses han subido en lo que llevamos de año un 472%, hasta los 80 dólares, mientras que los de un año también han vivido una fuerte sacudida con alzas del 372%, situándose en los 72.
En cualquier caso, los inversores en el mercado de bonos ya contemplan este escenario como una realidad y se preparan para este acontecimiento, por muy poco probable que sea que demócratas y republicanos no lleguen a un acuerdo.
En declaraciones a Reuters, Ed Al-Hussainy, estratega sénior de tasas de interés en Columbia Threadneedle, afirmó que "la probabilidad de incumplimiento es muy baja, pero estoy de acuerdo en decirles a mis clientes que eviten las letras del Tesoro con vencimiento a seis meses... Esa es probablemente la forma más concreta en que abordamos esto".
El 'deja vu' de 2011
Joe Biden, precisamente, ya vivió una situación similar en 2011, entonces como vicepresidente de Barack Obama. Los republicanos se hicieron en las legislativas de 2010 con el control de la Cámara Baja, aupados por una ola contra el gasto gubernamental liderada por el llamado 'Tea Party'. Su objetivo era conseguir que Obama aceptara recortes para compensar los 831.000 millones del plan de estímulo aprobado en 2009 para frenar los efectos de la crisis financiera. Obama, como ahora Biden, se negó de entrada a cualquier otra cosa que no fuera una extensión 'limpia', sin condiciones. Y los republicanos respondieron exigiendo negociaciones y recortes, sin subidas de impuestos.
Según se iba acercando el día clave, el entonces presidente empezó a debatir posibles recortes, equilibrados de tal forma que 'dolieran' por igual a demócratas como a republicanos: si caían las ayudas sociales, también caería el gasto militar. Las negociaciones se celebraron de forma caótica e interrumpida, y ambas partes llevaron a votación sus propuestas por separado, sin haber llegado antes a un acuerdo.
El aviso de que estaban jugando con fuego llegó la semana anterior al 'día D'. El 25 de julio, un inversor apostó 850.000 millones de dólares a la quiebra de la deuda de EEUU, dejando claro el riesgo de no llegar a un pacto. Finalmente, el mismo día en el que el Tesoro se quedó sin dinero, el 2 de agosto de 2011, los dos partidos firmaron un acuerdo 'in extremis'. Al día siguiente, una ola de 238.000 millones de dólares en bonos recién emitidos inundó el mercado.
El precio de un posible impago, aunque este no llegara a ejecutarse, fue muy importante para los inversores y para la economía del país. A pesar de lograr pactar a tiempo, el susto y la disconformidad con el pacto bipartidista provocaron que Standard & Poor's rebajase la calificación de la deuda norteamericana por primera vez en toda su historia pasando de AA+ a AAA.
La semana del 15 de agosto de ese año fue la peor en Wall Street desde 2008: el Dow Jones encadenó 4 sesiones en rojo con caídas mayores a los 400 puntos
Según la GAO (oficina de responsabilidad Gubernamental por sus siglas en inglés) la tardanza en ampliar el techo de deuda tuvo un impacto cercano a los 1.300 millones de dólares en aumentos directos de los intereses en ese periodo. Sin embargo, en su informe señalaron que no se incluyó el coste de endeudamiento más alto que tuvieron que afrontar posteriormente.
El país se encontraba en ese momento luchando por abandonar la crisis financiera, por lo que aquel acontecimiento fue el catalizador de un mes caótico, lleno de récords negativos. Para empezar, la semana del 15 de agosto fue la peor en Wall Street desde 2008. El Dow Jones encadenó 4 sesiones en rojo con caídas mayores a los 400 puntos, cosa que en aquel entonces no había sucedido en más de 115 años de historia.
En el contexto de un temor generalizado a una nueva recesión, la crisis de deuda sacudió el parqué norteamericano y, con él, hubo un efecto arrastre el resto de la renta variable del mundo. En un solo día se vivieron caídas del 6% en el S&P 500. En los primeros nueve meses de aquel año, Wall Street se anotó retrocesos cercanos al 11%.
Sin embargo, la caída más potente se produjo a partir de julio, cuando la crisis de la deuda llegaba a su punto álgido, de la mano de los temores macroeconómicos. Desde aquel mes hasta el comienzo de agosto (la segunda semana) se vivió un desplome muy sensible del 16%. Esos niveles siguieron bajos y hasta octubre la bolsa norteamericana solo logró maquillar esa caída del 16% al 14,33%.
En el conjunto del mes de agosto el principal índice del país cedió un 5,68% y en septiembre un 7,18%, encadenando desde mayo cinco meses consecutivos en rojo. Respecto a los bonos, su rentabilidad se desmoronó en aquel verano, cayendo un 11% en julio, un 20% en agosto y un 14% en septiembre. Estos rendimientos pasaron del 3,42% a comienzos de año al 1,9% en septiembre.
¿Y si se incumple el techo de deuda?
Independientemente de las cifras, existe un debate aún abierto sobre las consecuencias económicas que puede tener un incumplimiento de la deuda derivado de esta disputa. El exsecretario del Tesoro Larry Summers advirtió de que, en 2011, podría traducirse en 150.000 millones al año en costes adicionales de los intereses.
El secretario del Tesoro de aquella época, Tim Geithner, defendió que un incumplimiento obligaría al país a un recorte del 40% de todos los gastos del Gobierno. Además, advirtió de que en el peor de los casos, podría provocar un efecto contagio que haga que los acreedores renuncien a reinvertir, obligando al Gobierno a pagar a medida que vencen los créditos, situación que calificaba de "insostenible" con una deuda sobre el PIB de 95%. Doce años después la deuda está en el 130%.
Aunque se cumplieran los escenarios más pesimistas y un incumplimiento no derivase en un escenario tan malo, una menor calificación crediticia sí que afectará al acceso a crédito de todos los estadounidenses, tanto grandes corporaciones como pequeñas empresas. En un momento con los altos tipos de interés, hacer más difícil el acceso a liquidez puede ser un duro golpe para el país.
Respecto a la bolsa, un reciente informe de Moody's da por hecho que en caso de un incumplimiento, los mercados bursátiles caerían un tercio y, según la agencia, esto supondría un golpe de 15 billones de dólares para las familias de EEUU. De hecho, la suma de estas situaciones, más otros problemas derivados del 'default', según Moody's, harían imposible que el país esquivase la recesión en el momento en el que nos encontramos.