El sector exterior ha tenido un rol fundamental para el crecimiento de la economía española en los años comprendidos entre el final de la crisis de 2008-2013 y el comienzo de la pandemia del Covid-19. Pero ahora ese motor renquea y el Gobierno se ve obligado a reconocerlo ante las autoridades europeas. Así, el Programa de Estabilidad 2022-2025 remitido por Moncloa a Bruselas la semana pasada, augura que este pilar de la economía española, lejos de contribuir al crecimiento del PIB como hasta ahora, restará alrededor de medio punto a su avance en el acumulado de 2022 y 2023.
Para 2024, el Ejecutivo augura que su aportación será positiva, 0,6 puntos (en línea con el 0,5% registrado en 2021) aunque todo dependerá de la "normalización de los mercados internacionales" y a la desaparición de las dos grandes fuerzas desestabilizadoras actuales: "las tensiones en los mercados energéticos y los cuellos de botella en las cadenas de suministros internacionales".
El Gobierno admite que, sin la mitigación de estas perturbaciones (que dependen de movimientos en la coyuntura internacional que ningún país puede controlar), servirá de poco el buen comportamiento que muestra el tradicional y más efectivo equilibrador del sector exterior español: el turismo.
La normalización de este componente de las balanzas comercial y por cuenta corriente "continúa", según pone de manifiesto el Plan de Estabilidad. Ahora bien, el problema estriba en que las exportaciones de mercancías mostrarán una evolución menos positiva que la manifestada en 2021.
Un año con flancos débiles
Y todo ello teniendo en cuenta que el pasado tampoco fue un año modélico en lo que al sector exterior español se refiere. Es cierto que las ventas de bienes y servicios a otros países experimentaron un claro impulso, con el progresivo levantamiento de las restricciones al transporte ligadas al Covid.
Ahora bien, el encarecimiento de las importaciones, vinculado a la fuerte subida de las compras energéticas, empezó a notarse en el cómputo total.
Lo evidencia el hecho de que, aun cuando la balanza por cuenta corriente volvió a arrojar superávit en 2021 (equivalente al 0,9% del PIB), ese balance positivo fue notablemente inferior al 2,1% que dicho cómputo arrojaba justo antes de la epidemia, en 2019, y se situó a una distancia todavía mayor de los números rojos del 3,2% del PIB conseguido en 2016.
Se trata de una debilidad cuya corrección requerirá más tiempo de lo que el optimismo que caracteriza al Plan de Estabilidad permite pronosticar. Hasta el punto de que las instituciones internacionales, caracterizadas por abarcar plazos de tiempo especialmente amplios, auguran que será necesario cerca de un lustro para que el sector español exhiba el músculo que lo caracterizó antes de 2020.
Donde más claramente se refleja esta situación es en las recientes previsiones de primavera del Fondo Monetario Internacional (FMI). En ellas, aun cuando queda descartado el regreso de los déficit por cuenta corriente el Fondo aseguraba que el superávit español en esta rúbrica no recuperará hasta 2027 un nivel comparable, pero todavía inferior, al que mostraba en el año 2019.
Una vez más, los expertos consultados avisan de que es muy difícil que el turismo, por sí solo, sea capaz de acelerar los plazos de la recuperación considerando la alta dependencia de las importaciones de hidrocarburos que ya es proverbial en el caso de nuestro país, tal y como ponen de manifiesto los analistas de Caixabank Research.
La 'esperanza' del Gobierno
Ante esta situación, y más allá de lo que la mayor llegada de turistas pueda aportar, la gran esperanza para el crecimiento del PIB español, de acuerdo con el texto del Plan de Estabilidad, se deposita, prácticamente por completo, en la demanda interna, no tanto en el componente del consumo, cuyos resultados ya fueron decepcionantes en el primer trimestre de este año, sino en la inversión.
Más relevancia se otorga así a su faceta más productiva, los desembolsos de las empresas en bienes de equipo. A la llamada formación bruta de capital fijo el Gobierno le atribuyen incrementos superiores al 7% todavía en 2023. Unos ritmos sostenidos de esta envergadura, si realmente llegan a confirmarse, supondrían un hito casi sin precedentes en la historia estadística española.
Además, Moncloa fía el crecimiento de los dos próximos años a los efectos de la reforma laboral, que entró plenamente en vigor el mes pasado y a los fondos europeos Next Generation, pese al lento ritmo de ejecución que muestran.