La invasión de Ucrania por parte de Rusia resucita el secular esquema del enfrentamiento entre Occidente y Oriente. Sin embargo, el terreno de juego actual presenta a dos contendientes con un peso muy desigual, sobre todo en lo que su respectivo poder económico concierne. Incluso en el hipotético caso de que Moscú encuentre en Pekín un apoyo incondicional a su agresiva política, lo cierto es que la suma del PIB agregado de los actuales integrantes de la OTAN (que supera los 34 billones de euros al tipo de cambio del pasado viernes) aún estaría cerca de triplicar la suma de las economías china y rusa.
Sin duda, el eslabón más débil en esa posible coaligación entre los dos gigantes orientales lo constituye el país presidido por Vladimir Putin. Rusia se erige aún un jugador de peso desde el punto de vista militar, debido sobre todo a las armas nucleares de las que dispone, y es líder mundial en cuanto a la extensión de su territorio. Ahora bien, desde la óptica económica es, desde hace décadas, un país emergente en el más estricto de los sentidos.
Sus 150 millones de habitantes suponen una cifra tres veces inferior a la propia del conjunto de la Unión Europea. Pero más significativo todavía es el eximio volumen de su PIB en proporción al tamaño del país. Los 1,3 billones a los que asciende equivalen a un monto prácticamente idéntico al que presentan España, Australia o Brasil.
Se trata, además, de un PIB notablemente fluctuante al compás de los vaivenes que muestran los mercados de los hidrocarburos, sus principales exportaciones. Ahora la alta cotización del petróleo y el gas sin duda le favorecen, pero no siempre ocurre así, como se demostró en los peores momentos de la crisis del Covid-19, en la que se congeló la demanda de combustibles a escala global.

Mucho más difíciles de corregir resultan otras debilidades económicas intrínsecas de Rusia, no siempre bien conocidas, pero que la Federación se afana en compensar por la fuerza y que contribuyen decisivamente al actual conflicto.
Es el caso de su "dificultad para acceder a las rutas comerciales clave de los mares cálidos, navegables durante todo el año", como señala Antonio Alonso, profesor de Relaciones Internacionales en la Universidad San Pablo-CEU. De ahí su interés por asegurar, a cualquier precio, las salidas al Mar Negro, y posteriormente al Mediterráneo, que le brindan la Península de Crimea y la región ucraniana del Dombás.
Pujanza estadounidense
Rusia está así en una situación opuesta a la propia de EEUU, perfectamente posicionado desde hace décadas en el núcleo de las grandes rutas comerciales mundiales, que atraviesan el Atlántico y el Pacífico. Esa realidad, junto a su todavía indudable pujanza en el ámbito tecnológico, mantiene al país presidido por Joe Biden en el puesto de primera potencia económica mundial, con un PIB que supera los 18 billones.
Pese a los augurios de los últimos años, China todavía no ha logrado que el tamaño de su economía, ahora situado en 13 billones, rebase al propio de EEUU y, por ello, no está en condiciones de constituir junto a Rusia un bloque económico capaz de hacer sombra al constituido por los componentes de la Alianza Atlántica.
Es más, resulta dudoso que un enfrentamiento abierto con Occidente resulte beneficioso para el gigante asiático. El comercio entre China y Rusia se encuentra en máximos históricos desde 2021, un ejercicio en el que alcanzó un volumen equivalente a 146.900 millones de dólares, tras incrementarse un 35,8% con respecto a 2020, de acuerdo con las cifras difundidas por el Servicio de Aduanas de China.
Sin embargo, el intercambio está prácticamente monopolizado por los productos energéticos, mientras qye Pekín sigue siendo muy dependiente de EEUU en lo que respecta a la importación de productos de alto valor añadido, especialmente aquéllos de carácter tecnológico.
Una costosa ocupación
Una conclusión cabe extraer de esta relativa debilidad de un hipotético bloque conformado por China y Rusia. Sobre esta base económica, resulta altamente improbable que Moscú esté en condiciones de sostener una prolongada ocupación de Ucrania y es así factible que protagonice un repliegue después de asegurarse la instauración de un Gobierno satélite en Kiev.
Mucho más precipitado resultaría concluir que Moscú está completamente desarmado ante las sanciones financieras y económicas que Occidente desplegará, especialmente teniendo en cuenta la tibieza de las represalias aprobadas por la UE, que evitan excluir a los bancos rusos del protocolo internacional Swift, aunque Bruselas revisó parcialmente esa disposición el pasado fin de semana. Del mismo modo no hay base para asegurar que todos los componentes de la OTAN son invulnerables a los efectos colaterales de esos castigos.
Conviene insistir en la gran exposición que Centroeuropa presenta al abastecimiento de gas y petróleo rusos, una realidad especialmente comprometedora para Alemania y de Austria.
En el caso de la locomotora europea, su cuota de exportación a mercados ajenos a la Unión Europea se verá mermada en cerca de un 10% de acuerdo con los cálculos de los expertos del laboratorio de ideas Rassmusen Global.