
El fin de la era Pablo Casado está resultando agónico. Lejos queda la victoria arrasadora que logró en las inéditas primarias del Partido Popular, desbancando contra todo pronóstico las aspiraciones de Soraya Sáenz de Santamaría para suceder a Mariano Rajoy en la presidencia del Partido Popular.
Aquella eventualidad contagió un entusiasmo renovado entre la militancia. Se trataba de un chico joven, lleno de ilusión, procedente de Nuevas Generaciones, pero con poca mochila, y por contra con experiencia suficiente en la comunicación del partido. Su capacidad oratoria era un marchamo.
Casado, heredero de los seguidores de Dolores de Cospedal, sumó adeptos a su causa dejando extramuros de la formación a la gran mayoría del rajoyismo. Salvo raras excepciones como Cuca Gamarra o Alberto Nadal -al que sutilmente le indicaron el camino de salida-, a los poco sorayistas que le rodeaban los fue desplazando fuera de su órbita.
Aquella actuación fue objeto de críticas. Descapitalizar al partido de la experiencia de grandes cabezas, especialmente en el terreno económico, dejaba un poco huérfano al PP que reunificó José María Aznar.
Casado, más liberal en principio que el resto de aspirantes al trono popular, defendió sus medidas a ultranza, medidas que algunas veces chocaban con la paleta de directrices económicas de cada uno los barones autonómicos del PP.
Precisamente fue en el círculo territorial donde Casado contaba con menos apoyos. Y eso devino en un interés razonable, por parte de la secretaría general de Teodoro García Egea por fijar en las direcciones regionales y provinciales candidatos que respaldaran su liderazgo. Incondicionales.
Un resquicio de prepotencia e imposición que, lejos de reforzar el liderazgo de Casado
De esa operación, que a día de hoy está sin culminar, ha quedado un resquicio de prepotencia e imposición que, lejos de reforzar el liderazgo de Casado, lo ha ido debilitando en los territorios más importantes en los que gobierna el Partido Popular, y también en los más abandonados por Génova 13.
El encontronazo con Santiago Abascal en el Congreso de los Diputados, en día en el que Vox presentó una moción de censura contra el Ejecutivo de Pedro Sánchez, hizo más grande la herida, porque el daño cometido contra el dirigente verde también perjudicaba a los votantes de esta formación, votantes que antes habían acudido a las urnas para apoyar al Partido Popular.
Casado tampoco ha tenido la empatía de sus diputados y senadores. Muy molestos con la dirección ejercida por Teodoro García Egea, la distancia entre el partido y los grupos parlamentarios se hecho cada vez más profunda -más allá del cese de Cayetana Álvarez de Toledo de la portavocía del Congreso-.
Pero el episodio que mayor balance de daños ha tenido para Pablo Casado ha sido sin duda el ataque desde Génova 13 a Isabel Díaz Ayuso. La desafortunada gestión basada en desplazar a la presidenta madrileña de la dirección del PP regional, de cualquier manera y con todo tipo de herramientas, ha tenido consecuencias inenarrables. Y a tenor del desarrollo de los acontecimientos, de imposible retorno, ha devenido en una marcha por fascículos con un final agónico. Una pena.