
Los equilibrios de fuerzas en la Unión Europea están cambiando. La caída de Sebastian Kurz, que estaba llamado a liderar a los conservadores europeos; la llegada de los socialdemócratas al gobierno alemán y el fin de la era Merkel; Mark Rutte, incapaz de formar gobierno desde hace meses; la vulnerabilidad de Antonio Costa en Portugal; el auge de las coaliciones verdes… Con los cambios en las relaciones de fuerzas, surgen nuevas alianzas; y España, más allá de los pactos ad hoc, se podría quedar atrás.
La pasada semana, Francia e Italia oficializaron la firma de un 'tratado de cooperación bilateral reforzada', conocido como Tratado del Quirinal. Algo poco común en la Unión Europea pero que sienta las bases para afianzar las relaciones diplomáticas entre dos países e intensificar la cooperación en materia de defensa, política exterior, migración, cultura pero también economía, investigación y política industrial. Francia solo tiene una relación similar con Alemania, que se remonta a 1963 con Charles De Gaulle en la presidencia, aunque el tratado fue refrendado en 2019 en Aquisgrán. La buena sintonía que Emmanuel Macron y su ministro de Finanzas, Bruno Le Maire, han mostrado en el pasado con Olaf Scholz, hace presagiar que el eje franco-alemán seguirá siendo fundamental para que la Unión Europea avance.
Con la conclusión de un acuerdo con Italia, el presidente francés abre nuevos frentes, crea espacio para nuevos grupos de presión dentro de un Consejo Europeo cada vez más fragmentado: entre los llamados frugales que abogan por la disciplina fiscal.
Italia va un paso por delante de España y consigue más influencia entre los socios europeos
El tratado entre Italia y Francia se remonta a 2017, pero se vio paralizada con la llegada de Lega de extrema derecha de Matteo Salvini, y los populistas del Movimiento Cinco Estrellas. Con la llegada de Mario Draghi a la cabeza del Gobierno, una figura de reconocido prestigio, ex presidente del Banco Central Europeo, el italinao y el presidente francés Emmanuel Macron sellaron un pacto que "abre un nuevo capítulo histórico" para las ambiciones compartidas por ambos países en Europa, aseguró el francés. Histórico porque pone además fin, en principio, a unas difíciles relaciones diplomáticas entre Francia e Italia a costa de Libia, entre otras cuestiones, en los últimos años.
Que Italia vaya un paso por delante de España no es nuevo. Roma siempre ha estado muy activa, colocando a los suyos en puestos de poder de nivel medio y alto, capaz de influenciar la toma de decisiones en Bruselas desde lo más técnico hasta lo profundamente político. La conclusión de un acuerdo con Francia para reforzar la cooperación entre ambos gobiernos va en la misma dirección. Y hasta cierto punto, con una agenda muy similar a la de Roma y París, esta alianza podría jugar en favor de España, con la presidencia francesa del Consejo además a la vuelta de la esquina.
Francia utilizará el acuerdo para abrir nuevos frentes de presión con los países del norte
El presidente del gobierno, Pedro Sánchez, ha mostrado su buen entendimiento tanto con Macron como con Draghi. Su impulso, junto con Costa y el entonces pramier italiano Giuseppe Conte, fue fundamental para sacar adelante un plan de recuperación que traerá hasta 140.000 millones de euros a España, y el Gobierno, en los últimos meses, ha tomado la voz cantante en el debate sobre la flexibilización de las normas fiscales o, aunque sin éxito, la necesidad de aumentar la presión sobre Bruselas para atajar la crisis energética.
En 2020, el entonces Consejo en la Representación Permanente de España para la UE y actual jefe de gabinete del Secretario de Estado, Pablo Rupérez, escribió un extenso artículo en el que apuntaba las principales debilidades de España a la hora de ejercer su influencia en Europa. Algunas permanecen. Llamaba, por un lado, a aumentar la relevancia del debate europeo en España, para poder aumentar la influencia española en Europa. Por otro, apuntaba a la necesidad de que el gobierno tomara posturas contundentes en debates de calado a través de los llamados papeles de posicionamiento, algo que el Gobierno está haciendo de forma muy activa en la gestión de la crisis energética, con el respaldo del gobierno francés, italiano o griego. Pero también pedía un seguimiento más exhaustivo del proceso de toma de decisiones -desde influenciar la reflexión de la Comisión hasta la negociación entre Parlamento y Consejo-.
Por todo esto, y porque la capacidad de inclinar la balanza sigue siendo limitada, resulta más preocupante que España se quede fuera de estas nuevas alianzas que, aunque en esencia son profundamente simbólicas, también serán políticamente relevantes, con socios con los que España se entiende bien y comparte intereses.