Economía

La parálisis del fondo se convierte en el otro virus europeo

  • Hungría y Polonia han empañado el acuerdo histórico del fondo de recuperación
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El sanedrín europeo ya ha iniciado el ritual de estas fechas de pasar revista y también de mirar al futuro. Toca sacar conclusiones del año que termina y construir narrativas para dar sentido a los 12 meses por delante.

En discursos y crónicas se buscan palabras para resumir un año de iniciativas y reveses. Y, sin duda, el covid-19 siempre quedará vinculado a este 2020, como también la respuesta de los europeos: un fondo de recuperación financiado por un endeudamiento comunitario sin precedentes de 750.000 millones de euros. Pero ni la crisis exógena que trajo el virus, ni el salto adelante dado en la cumbre de julio capturan las fuerzas y tensiones que circulan por las entrañas del proyecto comunitario.

El bloqueo es el estado natural. Es el veto de húngaros y polacos precisamente a ese fondo de recuperación y al presupuesto plurianual, por su alergia al Estado de Derecho. Es la parálisis instalada en el proceso de reforma de la eurozona, incapaz de dar saltos adelante como el de la garantía común de depósitos por la oposición alemana, y lastrada por el veto italiano a la reforma del MEDE durante un año, pendiente aun de ratificaciones parlamentarias. Es la misma división que ha impedido que la UE cuente con una política migratoria común, a pesar de compartir un espacio sin fronteras. O que una minoría de países del Este, con Polonia a la cabeza, impida a la UE avanzar con más ambición en la lucha contra el cambio climático. Las notas discordantes tampoco tardan en aparecer en las relaciones exteriores, donde la necesaria unanimidad también impide cuajar posiciones comunes incluso al hablar de derechos humanos en China.

La falta de cohesión normaliza el veto. Francia no se sonroja por amenazar con hundir el acuerdo de asociación con el Reino Unido, con el enorme daño económico que podría ocasionar, si no queda satisfecha con el acceso a las aguas pesqueras británicas, que representan apenas unos 650 millones de euros en capturas.

"La unidad nunca es sencilla", señaló el pasado viernes el presidente del Consejo Europeo, Charles Michel. A pesar de todo, el belga se mostró "optimista" porque la UE "progresó mucho" este año al abordar el covid, o con su posición respecto a China, Turquía y EEUU.

No obstante, los Estados miembros continúan divididos respecto a la respuesta que dar a Turquía; mantienen tan solo una superficial unidad respecto a China, y aun no han entrado en los detalles de la nueva relación que quieren forjar con Washington.

Hungría y Polonia son los principales focos de la discordia. Pero no son los únicos. En el frente económico, Holanda se ha convertido en un obstáculo cada vez más complicado de salvar para dar cualquier paso que implique más solidaridad entre los socios. Precisamente son el primer ministro húngaro, Viktor Orban, y su homólogo holandés, Mark Rutte, los jefes de los Ejecutivos más veteranos de la UE, cada uno con una década a sus espaldas. Sólo les supera la canciller alemana, Angela Merkel, quién dejará el cargo el próximo año.

El bloqueo no es un fenómeno nuevo. Europa ha tenido que luchar constantemente contra una esclerosis que empeoraba al ganar nuevos miembros, reformando tratados para facilitar la toma de decisiones. Sin embargo, existe una sensación de desgaste y de agotamiento entre los diplomáticos, agravada por la oposición constante de Budapest y Varsovia. Algunos lamentan el daño que ocasiona este bloqueo a la posición europea en un mundo más cada vez más competitivo. Otros, con la memoria del Brexit, aseguran que la familia comunitaria no quiere perder más miembros. Pero añaden que se orillará a húngaros y polacos si hace falta, como la Comisión Europea ya planea abiertamente para sacar adelante el fondo de recuperación. "Esta no es la UE que queremos", lamentan las mismas fuentes.

El anterior presidente de la Comisión, Jean-Claude Juncker, ya alertó sobre un sentimiento de unidad bajo mínimos, a pesar de sus intentos por consensuar una visión común para los 27 tras el Brexit. Sin embargo, las estrategias y libros blancos no salvaron las divisiones que trajo una crisis migratoria entre los Estados miembros del Oeste y del Este, mientras que la reforma del euro evidenció las enormes diferencias entre los socios del Norte y del Sur. La falta de unidad y solidaridad fue especialmente evidente durante las primeras semanas de la pandemia. Algunos gobiernos cerraron fronteras de manera unilateral y unos pocos, incluida Alemania, prohibieron exportar material médico a sus vecinos de la UE.

El histórico acuerdo de julio sirvió para hacer borrón, y para volver a mirar con optimismo al porvenir comunitario. Se consiguió un avance mayúsculo tras una cumbre récord de cinco jornadas. La UE logró crear el deseado colchón fiscal para capear crisis (aunque temporal). Además, introducirá de facto los eurobonos, a través de los 750.000 millones de euros que la Comisión pedirá en nombre de la Unión para financiar el fondo, una revolución en los mercados.

Sin embargo, ese acuerdo vio la luz del día en parte por la vaguedad en algunos de los puntos más conflictivos (como el mecanismo del Estado de Derecho). El pacto no tardó en empezar a tambalearse en cuanto se concretó esta nueva condicionalidad, empañando los logros de la cumbre.

Europa es consciente de sus faltas y de sus tareas pendientes. Por eso, para intentar salvar el bloqueo, al menos desde el flanco institucional, la Comisión Europea ha propuesto terminar gradualmente con la unanimidad requerida en materia tributaria, otro de los frentes conflictivos, y en las relaciones exteriores.

Sin embargo, los cambios institucionales no servirán para curar las dolencias políticas. Aunque Merkel ha sido, ampliando mucho el foco, un factor de estabilidad, esta Europa es la que ha permitido la democracia "iliberal" de Orban, o la que resigna a aceptar que el principio de "una unión cada vez más estrecha" que prometen los Tratados está "muerto y sepultado", como sentenció Rutte.

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