
La economía española desanda una parte del camino que ha recorrido en los últimos años en materia de ganancias de competitividad frente a la media de la zona euro. El dato de costes laborales del tercer trimestre publicado por el INE preocupa a los empresarios en plena formación de nuevo Gobierno por la política laboral que pueda emprender, sobre todo si de alguna forma supone revertir la reforma laboral de 2012, una de las principales responsables de la reducción de los costes de la mano de obra y flexibilización del mercado.
De un año para otro, el diferencial de coste laboral unitario (coste laboral por unidad producida) ha pasado de ser positivo para España en 6 décimas (1,2 frente a 1,8% de la eurozona) en el conjunto de 2018 a ser negativo en 2 décimas en el tercer trimestre (2,1 frente a 1,9%). En total, España ha perdido 8 décimas de competitividad laboral sólo en un año gracias a que los salarios están creciendo por encima de la media de la zona euro, mientras que la productividad en España cae en el acumulado de los tres primeros trimestres de este año de media un 0,5% frente al incremento de un 0,2% de la media de la eurozona. Esta situación ha mejorado un poco en la industria, donde el sector manufacturero español (sobre todo la industria del automóvil) cerrará previsiblemente 2019 con una diferencia a su favor en coste laboral unitario con respecto a la media del euro en torno a 1,6 puntos porcentuales.
En este sentido, el incremento de un 2,2% de los costes laborales en el tercer trimestre publicado por el INE, refleja tres realidades simultáneas: la primera, que una parte relevante de este aumento se debe a la subida de los costes sociales, concretamente tres décimas desde que se subió el salario mínimo interprofesional (SMI) en enero, lo cual ha provocado que se despegue el crecimiento del coste laboral sobre el coste salarial (antes eran lo mismo, dado que no se había producido subida alguna de la presión fiscal por cotizaciones a la Seguridad Social).
La segunda es la pérdida real de competitividad tanto vía precios como vía cantidades. Este último es lo que refleja el indicador de coste laboral unitario que tras años de caídas sistemáticas, en 2018 aumentó un 0,8% y a día de hoy marca 2,2%. Pero vía precios la diferencia es todavía mayor, ya que la inflación de los precios de consumo en España está más contenida que en la media del euro (0,5% en noviembre en España frente al 1% de la zona euro), con lo cual en un entorno de moderación de los precios de consumo, el factor trabajo se encarece mucho más, teniendo más impacto negativo sobre la producción final aunque esto tenga una lectura muy positiva para las rentas familiares que en términos reales se ven proporcionalmente más incrementadas.
Y la tercera es la señal de fin de ciclo de la economía que proporcionan estos datos. Los salarios son procíclicos pero retrasados, es decir, son la última variable macro que deja de crecer antes de la recesión y son los últimos que dejan de caer cuando la economía se recupera. Es este el momento de pico de los salarios, donde se están pactando incrementos salariales en promedio del 2,3%, una décima por encima del último dato de coste laboral y de forma descorrelacionada con la evolución del coste de la vida, tal como recoge el Banco de España en su documento de Síntesis de Indicadores.
Alzas a contracorriente
Si bien son magnitudes totalmente distintas, éste es el mismo momento cíclico que 2008 cuando estaban pactadas subidas de los convenios por encima del 5 porciento para 2009, cuando se destruyeron 1,2 millones de puestos de trabajo. Por tanto, sería más que prudente una moderación salarial de manera que no acabe en una fuerte destrucción de empleo como ocurrió en 2009. Para ello es básico mantener las bases de la reforma laboral de 2012 como ha pedido el Banco de España, Fomento del Trabajo, CEOE y otras instituciones que ven cómo este cambio regulatorio propició que la economía española con muy bajas tasas de crecimiento pudiera crear empleo neto y habilitar una alternativa a los despidos vía reducciones de los salarios en momentos de recesión.
Manteniendo esta reforma, España puede profundizar en los cambios estructurales que permitan para el conjunto de la economía descorrelacionar el crecimiento de los salarios con decisiones centralizadas de convenios y fuertes crecimientos del empleo precario, sino que impulsen la productividad y por esa vía conseguir un crecimiento sostenible a medio plazo de los costes laborales.
España sigue adoleciendo de fuerte ciclicidad en la creación de empleo. En términos de Contabilidad Nacional (puestos de trabajo equivalentes a tiempo completo), el crecimiento del empleo en España cerró 2018 un punto porcentual por encima de la media del euro (2,5 frente a 1,5%) y el tercer trimestre en ocho décimas (1,8 frente a 1%). Pero en el momento en que el ciclo entre pronto en fase recesiva, la destrucción de empleo es superior en España que en la media de sus socios comunitarios y la recesión salarial es mucho más profunda y duradera.
Por sí mismo, que suban los salarios no tiene por qué ser un problema para una economía, sino todo lo contrario: una buena noticia para los bolsillos de los ciudadanos. El problema está cuando, al mismo tiempo que suben los salarios, la productividad cae.
Eso supone una reducción de los márgenes empresariales, de la capacidad de inversión, la competitividad de las exportaciones y, por tanto, merma la capacidad futura de crear empleo por parte de las compañías, en un entorno de incertidumbre.