
La incierta era de Boris Johnson arranca con la confirmación de su victoria en las primarias del Partido Conservador, un hito que lo llevará hasta el Número 10, aunque está por ver por cuánto tiempo. Su aparente disposición a apostar por una salida de la Unión Europea sin acuerdo y su profunda impopularidad en un sector de sus propias filas hacen viable una moción de censura, que podría contar no solo con el apoyo de diputados tories, sino de actuales miembros del gobierno.
Pesos pesados del Ejecutivo vigente, como el titular del Tesoro, o el de Justicia, integrarán el contingente de rebeldes que promete dar la batalla contra un premier que genera reacciones encontradas antes incluso de mudarse a la residencia oficial. De hecho, un alto cargo del Ministerio de Exteriores no esperó para abandonar, como los demás, al último día de Theresa May y, ayer mismo, además de anunciar su dimisión, intentó forzar un voto de confianza sobre la intención de Johnson de formar gobierno.
La propuesta de Alan Duncan fue rechazada por el presidente del Parlamento, pero la mera presentación evidencia la guerra civil en la derecha británica ante el inminente ascenso del exalcalde de Londres.
La gran incógnita que Johnson dejó sin resolver durante la campaña es qué hará para desbloquear el Brexit, cuando los obstáculos que habían hecho caer a May permanecen, empezando por la aritmética en la Cámara de los Comunes, continuando con la negativa de la UE a reabrir el acuerdo de retirada y, como colofón, el detalle no menor de que el favorito ha garantizado la ruptura para el 31 de octubre, "a vida o muerte".
Johnson espera ganarse a Leo Varadkar en Dublín y tiene previsto invitar a la residencia oficial de Chequers a Angela Merkel y a Enmanuel Macron, un diálogo que difícilmente resolverá un conflicto de origen fundamentalmente doméstico.