
Casi tres meses después y con la votación de la investidura soplándoles en el cogote, el PSOE y Unidas Podemos se han avenido a cerrar el teatrillo que los dos bandos habían puesto en marcha desde el 26 de mayo y se han sentado a negociar un gobierno de coalición que no satisfará a nadie y que será un acuerdo malo para todos pero que al mismo tiempo es la mejor solución para todos los firmantes.
Por un lado, los socialistas tienen que renunciar a su aspiración a tener un gobierno monocolor. Pero, ¿qué tenía de cierta esta pretensión? Desde el principio, es decir, justo después de las elecciones de abril, Pedro Sánchez compartió con Iglesias que el futuro gobierno podría ser de coalición, mostrándose más que abierto a esta posibilidad.
Pero este camino se truncó cuando Podemos se desplomó en las elecciones autonómicas de mayo, escenario que el PSOE intentó aprovechar para imponer sus condiciones. Todo esto en un contexto en el que el partido morado intentaba mantener un perfil bajo que rápidamente abandonó cuando constató que los socialistas habían abandonado como estructura del futuro la coalición.
En cualquier caso, la formación morada también tenía sus propias aspiraciones. Concretamente, Pablo Iglesias. El líder de Podemos ha sido consciente de la situación de la formación, en la UVI tras las resultados electorales y que solo podría resucitar gracias a un acuerdo que la introdujera a en un gobierno de coalición histórico en la democracia española. Y que le permitiría salvar su trayectoria convirtiéndose en vicepresidente.
Dimes y diretes
Esta fue la otra gran discusión del vodevil que han sido las negociaciones de esta investidura. ¿Pidió Iglesias la vicepresidencia? ¿La ofreció Sánchez? Los socialistas afirmaban lo primero, que era negado por los morados. Una mezcla de dimes y diretes que acabó en el único veto real que ha puesto públicamente el hoy presidente en funciones: que el líder de Podemos no entre en el Gobierno, ni como vicepresidente ni en cualquier otro rol.
El de Iglesias, un sacrificio ya ejecutado, no es el único que va a tener que asumir Podemos. Sumarse al gobierno le va a impedir determinadas posturas ideológicas. Este es el caso de Cataluña: los morados ya han vendido que en este caso el que decide es el PSOE. Habrá que ver qué factura les deja renunciar al planteamiento de un referéndum de participación en su confluencia con los comunes.
El de Pablo Iglesias no será el único sacrificio que tendrá que asumir Unidas Podemos
Además, está la derogación de la reforma laboral. Varios ministros en funciones socialistas han descartado esta posibilidad. Priorizan el estatuto de los trabajadores del siglo XXI. ¿Qué hará Unidas Podemos ante este cambio de tercio? La primera gran polémica dentro del nuevo gabinete ministerial está servida.
En cualquier caso, el tiempo se acaba. Al PSOE y a Unidas Podemos le quedan escasos días, y horas, para cerrar un acuerdo que permita formar gobierno en julio. Intentarlo en septiembre, con el fantasma de la sentencia del juicio del procés pululando y el impacto que esto tendría en el necesario apoyo de ERC, no es una opción.