
"Un gol ganador de Zidane en la final del Mundial tendría más impacto en los guetos que diez años de políticas municipales", publicaba Le Figaro cuatro días antes del decisivo encuentro de 1998. Y, aunque de hecho marcó dos, la situación dista de haber mejorado en los últimos 20 años: el Ministerio de Interior galo registraba unos 200 delitos racistas al año en 1998, y más de 2.000 delitos de este tipo en 2015.
La historia del fútbol galo va ligada a la suma de diferentes razas, orígenes y nacionalidades. Según un estudio publicado en L'Equipe en 1986, desde 1904 y hasta ese año un total de 200 de los 600 jugadores que habían vestido la zamarra tricolor eran de origen extranjero o de alguna de las colonias francesas, destacando los originarios de la zona norte de África (7%), italianos (6,5%), polacos (6%), españoles (3%) y representantes de la Francia de ultramar (1%). El primer jugador negro en debutar con el combinado galo fue Raoul Diagne, en 1931.
Los Mbappé, Umtiti y Dembélé suceden a los Zidane, Henry y Pires. Como apunta la investigadora Noemí García-Arjona, en el Mundial del 98 "de los 22 jugadores convocados, algunos eran de origen inmigrante (Desailly, Vieira), de segunda o tercera generación (Charbonnier, Trezeguet, Djorkaeff, Henry, Pires, Zidane) o procedentes de territorios de ultramar (Lama, Diomede, Thuram o Karembeu)". A ellos hay que sumar a Candela y Lizarazu (de origen español) y a Boghossian (armenio). Un total de 15 jugadores de los que 12 habían nacido en suelo galo.
La situación no solo se ha repetido en 2018, sino que se ha acentuado. Hasta 19 jugadores de un total de 23 cuentan con orígenes extranjeros. Tan solo Hugo Lloris, Benjamin Pavard, Florian Thauvin y Olivier Giroud escapan a este enunciado. Frente a ellos, futbolistas con raíces africanas (como, por ejemplo, Umtiti, Kanté, Pogba o Mbappé), asiáticas (el caso de Areola), de territorios de ultramar (Varane o Lemar) e incluso, con vínculos españoles, como Lucas Hernández. Una mayoría definida en la que, paradójicamente, solo dos futbolistas nacieron fuera de las fronteras galas.
Esta diversidad no ha gustado a determinados sectores políticos. El que fuera líder del partido de extrema derecha Frente Nacional, Jean-Marie Le Pen, decía en la Eurocopa de 1996 que "Francia no se reconoce del todo" porque había "posiblemente una proporción exagerada de jugadores de color", y que era "artificial hacer venir a jugadores del extranjero y bautizarles como equipo de Francia". Su discurso cambió cuando la tricolor levantó la Copa del Mundo dos años después, momento en el que apuntó: "El FN siempre ha reconocido que los ciudadanos franceses pueden ser de diferentes razas y religiones siempre que tengan en común el amor del país y el deseo de servirlo".
Dos décadas después, su hija, Marine Le Pen, imitó reproches y marchas atrás. La cabeza visible de Reagrupación Nacional ya aseveraba en 2010 que la selección no representaba a Francia y, en 2012, llegaba a asegurar que no vería con malos ojos una victoria de España (en la Eurocopa) a su propio país, apuntando a la diversidad de la plantilla y tildando a la selección de "artificial" y a sus componentes de "representantes del papeleo". En 2015 también se mostró, por ejemplo, en contra de la presencia de Karim Benzema por su origen argelino.
Sin embargo, la mujer referente de la extrema derecha gala imitó a su padre también en la retractación. Así, cuando Francia se alzó con la copa en Moscú, la política fue de las primeras personalidades en felicitar a 'Les Bleus', elogiando su actuación y declarándose "muy orgullosa" por la victoria.
Lejos de los extremismos, por el contrario, los líderes políticos han intentado convertir a la selección en un símbolo de unidad y multiculturalidad, algo que admirar y de lo que enorgullecerse. En 1998, el presidente de la República, Jacques Chirac, era plenamente consciente de la circunstancia y en su discurso posterior a la consecución del título futbolístico hacía hincapié en la metáfora de color y la unidad de la selección como unidad de la patria, señalando que era el triunfo de un "equipo a la vez tricolor y multicolor" y que tras la victoria debía conservarse "este sentimiento nacional". "Francia tiene históricamente un origen plural", apuntaba. El mensaje final era, como resume García-Arjona, que "si un multiculturalismo en lo deportivo había sido posible, también lo podría ser en el ámbito social".
En el Mundial 2018, Emmanuel Macron, presidente galo, ha adoptado una actitud similar. El dirigente se ha mostrado especialmente eufórico y participativo en la victoria de la selección, con un perfil muy diferente al que emplea por lo general, formando parte de la fiesta de los jugadores incluso en su propio vestuario. En las celebraciones en París, Macron ahondó en la idea de unidad y en el orgullo que los jugadores han transmitido a la nación ("Gracias por hacernos sentir orgullosos, por sudar la camiseta. Gracias por estar unidos") y lanzó un significativo mensaje al combinado: "No olvidéis de dónde venís".
No solo en Francia
La problemática no es exclusiva de Francia y se da en otros países. Bélgica, uno de los mayores exponentes, junto a la propia Francia, de la diversidad, lo encarnaba en la figura de Romelu Lukaku. "Cuando las cosas iban bien, leía los artículos de periódicos y me llamaban Romelu Lukaku, el delantero belga. Cuando las cosas no iban bien, me llamaban Romelu Lukaku, el delantero belga de origen congoleño" afirmaba hace unos días, señalando el racismo hipócrita que, como en otros ámbitos de la sociedad, sigue imperando en el balompié.
Suecia, a través de su jugador Jimmy Durmaz, se conformó como otra muestra. El mediocentro fue objeto de una campaña de insultos racistas por su origen turco, pero con un error en el partido ante Alemania como detonante. El jugador se vio obligado a comparecer públicamente, condenando los hechos con un "Fuck racism" que se hizo viral.
Incluso en España también se han percibido ciertas señales de riesgo, todas en torno a la figura de Diego Costa, delantero español nacido en brasil. El rendimiento del ariete siempre ha estado bajo sospecha, y desde ciertos sectores (situados a la extrema derecha en el espectro político) se le ha acusado de una falta de compromiso relacionada únicamente por su procedencia.