
Hasta mediados del siglo XIX, las personas solamente podían esperar la seguridad económica que su fortuna les permitiera. Como la mayoría de la gente moría antes de llegar a la imposibilidad laboral, ya que la esperanza de vida de las gentes trabajadoras era escasa, no hacía falta preocuparse por el futuro.
A partir de aquella época, en Catalunya, los gremios creyeron que había llegado el momento de pensar en el bienestar de los ancianos y crearon las mutuas, entidades que unían el capital ahorrado de muchas personas -los mutualistas-, que bien administrado, proporcionaría rentas futuras a los que depositaban mensualmente sus ahorros en forma de cuotas.
Se crearon infinidad y fueron gestionadas la mayoría de buena fe. Al cabo de muchos años, los imponderables de la economía, como la inflación, la emisión de billetes, las crisis, revoluciones y otros acontecimientos como las epidemias o avances tecnológicos, convirtieron aquellos ahorros que debían cubrir las necesidades económicas de los mutualistas, en sumas irrisorias, insuficientes para satisfacer las necesidades más perentorias de los ancianos. El resultado fue la quiebra de las mutuas y paupérrimas rentas para los mutualistas. En Catalunya se creó la Federación de Mutualidades para incorporar y ayudar a todas las mutuas quebradas o empobrecidas y el Estado puso en marcha la Seguridad Social, que es el equivalente a una gran Mutua de carácter obligatorio, pero con los mismos principios e idéntico fin, que es asegurar una vejez digna a toda la población de jubilados. El transcurso de los años, las crisis y los imponderables han provocado que las pensiones dejen de cumplir con su función y esto intranquilice a la población.
Hace bastantes años, como complemento, se instrumentaron los fondos de pensiones que permitían a un trabajador joven, aportando cantidades reducidas, al cabo de cuarenta años cobrar cifras enormes. Estos instrumentos financieros han decaído porque aquellas cifras, cuando llegó el momento de cobrarlas, eran mucho menores y la fiscalidad se comía casi la mitad del capital ahorrado. Otro intento frustrado.
A la vista de estas experiencias, se comprueba que a cuarenta años vista nadie puede garantizar nada, ni siquiera el Estado. Es indudable que lo obligatorio debe cumplirse, pero no significa que sea garantía de nada. En cualquier caso, lo único que puede garantizarnos algo es el ahorro personal y siempre moviéndolo cuando se aprecia la crisis en un sector.