
La empresa especializada en elaboración de croquetas artesanas COC vio como, tras 15 años de trayectoria creciente, el 92% de sus clientes debía cerrar de un día para otro por la declaración del estado de alarma. Se suponía que ellos podían continuar trabajando porque pertenecían a uno de los sectores considerados esenciales, el de la alimentación, pero no tenían ningún hotel, restaurante, bar, catering ni evento al que vender sus croquetas y canelones gourmet. Si no encontraban una alternativa, ellos también deberían cerrar.
Pero el matrimonio cofundador, conformado por Imma Pardos e Iñaki Escuer, reaccionó rápido. Pardos explica que es una persona que se crece ante la adversidad, y la combatieron con inversión, de entre 10.000 y 15.000 euros. "En una situación como esta, o te pones a llorar por los rincones o te pones a trabajar".
Hacía tiempo que pensaban en fichar un jefe de ventas para diversificarse y, además de servir a la hostelería, llegar a grandes superficies y otras tiendas de alimentación, más allá de los establecimientos gourmet que antes de la pandemia les reportaban el 8% del negocio a través de un distribuidor. Ya tenían hasta el packaging preparado para llegar al consumidor final.
Dicho y hecho. Así, en poco tiempo sus croquetas ya estaban en la cadena de supermercados Esclat, en verano se sumó Caprabo, que también vende sus canelones, y este mes de marzo han entrado en El Corte Inglés. De momento no quieren abarcar más: "Yo siempre digo, comer poco y digerir bien", apunta Pardos.
Eso también se aplica a sus planes de "crecimiento territorial tranquilo". Si sus mercados clave hasta ahora eran Cataluña y País Vasco, en el último año han agregado Mallorca y Murcia. La exportación a Francia también les ayudó mucho en los peores momentos por el tirón de ventas de la hostelería de la costa gala en verano, mientras que las ventas a Alemania, Irlanda y Holanda se han frenado.
El camino no ha sido fácil. Al estallar la pandemia y quedarse sin los clientes tradicionales debieron aplicar un Erte para sus 15 empleados, aunque el matrimonio no dejó de ir a trabajar a su obrador de 300 metros cuadrados en Mataró (Barcelona) ni un solo día. "De golpe habíamos retrocedido a 15 años atrás, cuando empezamos, y había días en que solo hacíamos 200 croquetas, pero las instalaciones había que limpiarlas igual. Tardábamos ocho o diez horas en hacer lo que ahora hacemos en una hora", recuerda Pardos.
Y es que tras sacar a los empleados del Erte en verano, volvieron a tener que recurrir a este mecanismo para la mitad de la plantilla en la segunda ola de contagios, pero en marzo ya han vuelto a trabajar todos e incluso están buscando personal. "Poder hacer Erte nos ha salvado, ha sido oxígeno. También recurrimos al ICO, pero la tramitación fue tan burocrática y lenta que cuando nos lo concedieron ya no lo hemos utilizado porque ya no lo necesitábamos", reprueba Pardos.
En COC tenían la ventaja de que el negocio iba bien antes de la pandemia: "Veníamos de un 2019 espectacular, y en enero y febrero de 2020 estábamos creciendo al 15%, pero llegó el estado de alarma y las ventas llegaron a caer un 85% en abril".
Y todavía la labor es ardua. Pese a la estrategia de diversificación aplicada, las ventas son un 30% inferiores a lo que eran antes de la llegada del virus. En 2019 llegaron a hacer 30.000 croquetas diarias, mientras que ahora hacen la mitad.
Pero por otro lado, han ampliado la gama de producto. A las croquetas -con más de 52 variedades-, canelones y churros de patata que elaboraban hasta principios de 2020, se les han sumado la lasaña y los buñuelos de bacalao y de gambas, así como ediciones especiales de croquetas y canelones para Navidad, y este 2021 croquetas de Sant Jordi.
Otra novedad surgida de la pandemia son las croquetas ya fritas, creadas para una cadena hotelera que tenía personal en los establecimientos cerrados para evitar okupaciones y que necesitaba comida lista para calentar y comer. Ahora COC ha empezado a vender croquetas fritas a la hostelería que no tiene salida de humos, como taperías o vermuterías.
Percances y solidaridad
En Navidad, con punta de pedidos dentro de lo que era la atonía de la pandemia, también tuvieron otro percance: el proveedor de las bandejas de aluminio para los canelones les comunicó que no les serviría más. Tuvieron que buscar otro proveedor y cambiar el envase, y a los dos meses quebró, por lo que debieron volver al primero, que para entonces estaba de nuevo dispuesto a venderles.
Asimismo, han sufrido impagos de pedidos servidos antes del estado de alarma, y muchas de esas facturas siguen pendientes de cobro, pero Pardos es optimista para 2021: "Quiero acabar el año facturando igual que en 2019".
Con el Covid tampoco han perdido las ganas de ayudar. En Navidad donaron 3.000 croquetas a comedores sociales, y en el día internacional de la croqueta (16 de enero) repartieron por tercer año consecutivo raciones en colaboración con la Cruz Roja y Cáritas.