Canarias

La resina que provocó la deforestación de Canarias

  • La zona de Llanos de La Pez tiene su nombre por este hecho: extraer recursos para calafatear los barcos, impermeabilizar estanques y canales de agua
  • La producción azucarera, actividad económica principal en los siglos XV y XVI, generó un aumento de las exportaciones de las islas
Las Palmas de Gran Canaria

La pez, resina o brea es un producto que se extraía de la madera de los pinos y que se empleaba principalmente para calafatear los barcos, impermeabilizar las cubiertas de las casas, estanques y canales de agua. El director de la Cátedra del Régimen Económico y Fiscal de la Universidad de Las Palmas de Gran Canaria (ULPGC), Salvador Miranda Calderín, detalla que la corona forestal de las islas era clave para mantener el liderazgo de España en el comercio atlántico. Servía para la exportación hay amplia constancia en los protocolos de los escribanos, que señalan las fechas, cantidades y precios de la pez que se envió a los puertos africanos, Cádiz, Sevilla, Italia, Portugal, Cabo Verde y las Indias.

Las tres islas realengas se convirtieron en un punto importante de exportación y, a su vez, de aprovisionamiento de pez, puesto que era un producto necesario para los navíos que cruzaban el Atlántico.

La carabela La Pinta de Colón, que tuvo que regresar de la punta de Sardina a Las Isletas en 1492, fue convenientemente calafateada con pez de la isla o de la que se traía de las peguerías de Tenerife y La Palma, antes de su viaje de descubrimiento. Producto que también utilizaron otras expediciones notables, tanto españolas como extranjeras, que no sólo reparaban sus navíos en nuestros puertos, sino que también acopiaban brea para una mayor seguridad en su larga travesía atlántica.

La actividad extractiva de la pez en Canarias se explotó de forma irracional hasta que a mediados del s. XVIII las reales sociedades de amigos del país trajeron del País Vasco técnicos especializados que enseñaron cómo extraerla sin necesidad de cortar y quemar los pinos, practicando sencillamente una hendidura en el tronco por donde iba goteando la resina. Y es que en Canarias fueron los pinos de mayor porte y edad, "los que tenían ya ateado su corazón", los que "sufrieron el importante menoscabo que les ocasionó una actividad extractiva notable que fue un elemento dinamizador de la economía de las Islas en los siglos XV, XVI y XVII, puesto que el viscoso, negro y resinoso producto, debidamente protegido en torales de madera, se exportó a África, Europa y América", subraya Salvador Miranda.

Así, en Gran Canaria los topónimos Los Llanos de la pez, y la presa de Los Hornos, ambos lugares en la cumbre, flanqueados en las alturas por el Roque Nublo y El Campanario, y el de la Montaña de los hornos, en el pinar de Inagua, recuerdan esta labor, protagonizada por los pegueros, que permanecían durante meses en el interior de los pinares más tupidos, instalados en campamentos que eran conocidos con el nombre de peguerías.

Salvador Miranda detalla que los maestros en este oficio, al igual que ocurrió con la producción azucarera, actividad económica principal en los siglos XV y XVI, provinieron de Portugal y de la isla de Madeira. A los pegueros se refieren los documentos de la época con notas despectivas: «portugueses y bergantes», por su condición de extranjeros, el destrozo que causaban en los montes y los conflictos que ocasionaban cuando bajaban a las poblaciones después de pasar aislados más de un mes en las montañas.

Por esto, ya en 1498 Tenerife tuvo permiso para crear el arbitrio sobre la pez, "que gravó inicialmente con 5 maravedís el quintal de brea producido con autorización del concejo, incrementándose en 1512 a 10 maravedís el quintal (46 kilos)", indica Miranda. Los regidores de Tenerife y La Palma estuvieron siempre divididos entre los que preferían la conservación de los montes y, por tanto, la prohibición de las peguerías y los que consideraban que la pez era necesaria no solo para la exportación a Europa y los consecuentes ingresos que suponían a las Islas, sino también para la construcción de casas y barcos, por lo que no se podía prohibir la actividad. El equilibrio se encontró reduciendo a dos los hornos de brea que se podían explotar al mismo tiempo y a la alternancia de las bandas del Sur y del Norte para que se recuperara el pinar, aunque ilegalmente se explotaron siempre muchos más hornos.

Antes de terminar la Conquistas, por la existencia de los bandos de paces, se permitía y colaboraba en la extracción de la resina a cambio del intercambio en un incipiente comercio. Durante la conquista de Gran Canaria hay constancia documental del pago del quinto real por la pez que se extraía en Tenerife y La Palma. Una vez convertida en 1498 la brea en fuente de financiación para los dos concejos de las islas realengas occidentales, ha quedado referencia de quiénes fueron los arrendatarios de la renta, el precio que anualmente pagaban, los lugares en los que se les permitía construir hornos, así como del sempiterno dilema entre permitir y prohibir la actividad.

En Gran Canaria no existió la renta de la pez. Los montes, a diferencia de los de Tenerife y La Palma eran de la Corona, y "la preponderancia de la producción de azúcar sobre la extracción de pez en la isla, ambas actividades necesitadas de madera para mantener en funcionamiento sus calderas y hornos, y reguladas por los regidores, en su mayoría productores azucareros que protegían sus propios intereses", señala Salvador Miranda.

Los hornos de brea o pez están construidos toscamente en las laderas de los montes con cierta inclinación. Consisten en una construcción principal en forma circular u ovalada de muros de piedra seca, a cielo abierto, de unos 2,5 metros de diámetro y altura cercana a los 4 metros. Allí se echaba la madera ateada de los pinos a la que se prendía fuego. Esta primera rudimentaria edificación estaba unida subterráneamente con un pequeño canal a una segunda construcción cerrada o cocedero, mucho más pequeña, de unos 1,5 metros de diámetro y altura, al que llegaba la resina candente y donde se cocía durante veinticuatro horas, hasta que se solidificaba en un negro y compacto bloque de pez, de unos 46 kilos de peso, que una vez enfriado se transportaba en torales de madera hasta los lugares en que se consumía o hasta el puerto de Las Isletas para su exportación, como ha estudiado, entre otros, Manuel Lobo Cabrera.

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