
Canarias atraviesa en estos momentos un parón total. Tal es el punto que la última vez que se vio el agua sus costas sin actividad permanente debió ser en 1478 cuando Juan Rejón, enviado por los Reyes Católicos y con permiso papal, vino a las islas para la Conquista. De aquel período hubo dos grandes negociadores. Al principio, se amularon pero poco a poco se dieron cuenta que debían negociar una integración en la Corona para ser eficaces como líderes. Desde la Península los Reyes Católicos supieron tener mano izquierda para superar el desgaste emocional que implicaba superar teorías de control que se percibió como actitudes hostiles. No hay que olvidar que previamente a esa llegada conocían el bautismo por sus contactos con portugueses. Los lusos y antes los mallorquines quisieron imponer una paz pero eso no cuajó. Solamente la negociación generó un clima de paz en las islas, uno de los objetivos anteriores desde la época de Enrique III.
Fernando Guanarteme logró de aquel periodo el primer acuerdo entre dos territorios en pleno Renacimiento. El rey grancanario llegó al acuerdo con los enviados de Castilla en 1483 y en 1484 ya estaba en la Península con un acuerdo. De retorno a las islas, se trajo a decenas de isleños que antes fueron hechos esclavos por el gobernador Pedro de Vera. Deán Bermúdez y obispo Frías ayudaron a establecer un buen acuerdo entre las partes. Como detalle, Guanarteme estuvo en la Península un año y esa estancia costó al cambio de hoy 12.000 euros. Se aseguró antes una serie de derechos históricos y, de ese acuerdo, el actual Régimen Económico y Fiscal de Canarias. Por si los castellanos no cumplían se dejó como espacio libre de jurisdicción política de Guayedra, Agaete, desde donde se tomó después Tenerife. A cambio, se hizo bautizar como Fernando Guanarteme, su nombre anterior era Tenesor Semidán, adoptando el nombre del rey católico.
En Tenerife, por su parte, en la figura del rey de Adeje era sobre la que estaba depositada la autoridad y el carisma de los diversos clanes que configuraron la división de Tenerife en menceyatos, antes de la conquista, y desde esa parte de la isla se promovió la paulatina colonización y poblamiento hacia el resto de comarcas, afirma el arqueólogo José Juan Jiménez.
El investigador, que es conservador del Museo Arqueológico de Tenerife, explica que los guanches organizaron Tenerife desde sus comarcas naturales y por lo tanto, la articulación territorial estuvo supeditada al aprovechamiento de los recursos organizando la isla en demarcaciones que coincidían con las comarcas naturales. "La figura del mencey de Adeje era depositaria de la legitimidad que velaba por la adecuada transmisión del liderazgo en la jefatura de los clanes tribales que poblaron, colonizaron y organizaron el territorio tinerfeño atendiendo a la disponibilidad de recursos", afirma José Juan Jiménez. En Tenerife había reinos, o sea «secciones tribales propias de los sistemas sociopolíticos bereberes» que poseían un territorio adscrito a los linajes familiares que constituyeron los denominados «menceyatos» de Anaga, Güimar, Abona, Adeje, Daute, Icoden, Taoro, Tacoronte y Tegueste.
El arqueólogo subraya que en las tribus norteafricanas existía una autoridad con reconocido ascendiente e influencia social, que correspondía en derecho al representante del clan o el linaje al que se consideraba emparentado con el antecesor primigenio y era el depositario responsable de los bienes colectivos de la jefatura, de su preceptiva transmisión anexa al poder de los jefes-guerreros, y de velar por el liderazgo carismático y la memoria del ancestro común.
Por tanto, Jiménez apunta que entre los guanches este carisma inicial correspondió al mencey de Adeje, como destaca su relevancia en el reparto de datas (tierras y aguas) tras la conquista castellana. Constata que ese territorio -situado entre «Isora y la marca de Abona»- era emblemático no sólo por su prestigio y abundancia en reses, agua y pasto, sino por haber desembarcado allí el elemento fundador de los clanes primigenios que hubieron de arribar a Tenerife por la zona de calmas costera del sur/suroeste de la isla.
En esa comarca residieron luego descendientes de la estirpe pionera, como «D. Diego de Adexe» y su familia, dado que su antiguo cargo estaba vinculado a la autoridad carismática del antecesor, como demuestra el hecho de que cada mencey designado besaba y juraba -como pleito homenaje- por el hueso guardado para este fin del más antiguo de su linaje diciendo: «Juro por el hueso de aquel día en que te hiciste grande», apostilla José Juan Jiménez siguiendo los testimonios etnohistóricos.