
¿Qué pasa si un banco central entra en pérdidas? Desde la óptica de política monetaria el escenario es inocuo, aunque deja a cero el talón que periódicamente desembolsa en sus arcas públicas. La situación, que muchos bancos centrales están sufriendo desde el año pasado, alienta el difícil dilema de restringuir la remuneración que pagan a los bancos comerciales por su abundante liquidez o tirar de atípicos para restaurar las cuentas.
El Banco de España logró esquivar los 'números rojos' el año pasado, pero ya anticipó que el revés llegará ahora y para varios ejercicios, anulando la transferencia de alrededor de 2.000 millones de euros anuales que efectúa al Tesoro con sus beneficios. Su intención pasa por utilizar la hucha superior a los 33.500 millones en provisiones construída durante décadas, a semejanza del paso dado por el Banco Central Europeo (BCE) -el año pasado usó 1.600 millones en dotaciones para esquivar los quebrantos-.
La casuística es rica en escenarios. Otros, como el Banco Central de la República Checa o la Reserva Federal (FED) llevan tiempo en negativo, y Riksbank, el banco central más antiguo del mundo, recibió una recapitalización de su Hacienda pública al entrar en el supuesto que su normativa activa la medida.
La situación, que atenaza a todos los bancos centrales o casi del orbe, es fruto del desajuste en sus balances por la situación de tipos. Con la crisis financiera y la pandemia acopiaron mil millonarias carteras de deuda pública emitidas a intereres mínimos con los famosos programas QE de apoyo a las economías y con las subidas de tipos han pasado a pagar auténticas fortunas a los bancos comerciales por remunerar la liquidez que les dejan en ventanilla -la facilidad de depósitos alcanza el 4% frente al -0,5% fijado antes de que empezase a encarecerse el precio del dinero-.
El cupón del soberano resulta pequeño e insuficiente para cubrir los costes por la diferencia de tipos y porque hay una ingente bolsa de liquidez almacenada tras hundirse la demanda de créditos. La opción de vender carteras se torna contraproducente porque sería a pérdidas por la misma escalada de tipos.
Aquí, un factor que determina la vulnerabilidad al escenario es, precisamente, cuánta inversión se comprometió en adquirir bonos y su duración, con entidades como el Banco de Inglaterra en una presumible peor posición por su apuesta por sobernanos con plazos más largos o emitidos a más años.
Un estudio del Fondo Monetario Internacional (FMI) vaticina que las instituciones de la zona del euro sufrirá pérdidas por 55.000 millones entre 2023 y 2024, con BundesBank o la Banque de France a la cabeza, y descarta que el escenario se revierta por completo hasta 2026.
Que un banco central tenga pérdidas no compromete en absoluto su capacidad para operar: puede modificar los tipos o seguir interviniendo en los mercados de deuda. El riesgo potencial es más bien reputacional o de salir estigmatizado si su Tesoro le tuviese que socorrer.
En todo caso, no es un escenario deseado y algunas instituciones han comenzado a dar pasos. Es el caso del Banco de Suiza, con la implementación de herramientas para limitar la remuneración de la liquidez. El propio BCE ha empezado a dar pasos en esa dirección con la supresión ya en septiembre de la remuneración del 3,5% que abonaba por las reservas mínimas -una fabulosa hucha de 165.000 millones- y se ha abierto la puerta a una herramienta que, a ojos de expertos consultados, debería jugarse: elevar el mínimo exigido de reservas mínimas a las entidades.
Las reservas mínimas es una hucha de fondos que las entidades deben depositar de manera obligatoria en los bancos centrales nacionales para garantizar las necesidades estructurales de liquidez del mercado. Se calcula como el 1% de sus pasivos, depósitos de clientes y valores distintos de las acciones con vencimiento de hasta dos años, principalmente. Si ahora ya no se remuneran y se sube dicha proporción supondría un alivio directo. Ahora bien, entraña el riesgo de perjudicar a las entidades financieras por el drenaje directo en sus cuentas y, sobre todo, si prende la sensación de incertidumbre regulatoria.