En una España que aprendía a quitarse el corsé de la dictadura, el cine descubrió a muchas diosas. Una de ellas no hablaba castellano, pero tampoco lo necesitaba. Bastaba con su mirada felina, su figura de mármol y una sensualidad que parecía esculpida a propósito para desbordar las pantallas. Nadiuska, nacida Roswicha Bertasha Smid Honczar en Alemania, fue el sueño húmedo de una generación y el símbolo del destape que, entre plumas y censuras rotas, buscaba redefinir una era.