Analista de inversiones de Tressis

En un entorno marcado por los recortes de tipos de interés, la persistencia de la inflación y la búsqueda constante de rentabilidades diferenciadas, el bitcoin vuelve a instalarse con fuerza en el debate financiero. Su cotización alcanzó nuevos máximos en julio -122.838 dólares-, reavivando tanto el interés del inversor particular como las preguntas en oficinas de banca privada, comités de inversión y gestoras patrimoniales.

Durante años, invertir en bolsas de mercados emergentes ha sido una historia de potencial prometedor y resultados desiguales. Sin embargo, 2025 ha traído un contexto en el que los inversores comienzan a mirar de nuevo hacia el sur con una renovada mezcla de escepticismo y curiosidad. Y en esa narrativa, Latinoamérica empieza a destacar como un posible destino estratégico para diversificar carteras en un momento de transición macroeconómica global.

En un momento en que los mercados tradicionales generan más incertidumbres que certezas, las inversiones no convencionales han dejado de ser un nicho para convertirse en un pilar estratégico dentro de las carteras más sofisticadas. Lo que hace una década se veía como una opción complementaria, hoy representa un universo consolidado con creciente protagonismo en el sistema financiero global.

Muchos inversores europeos compran acciones del S&P 500, bonos del Tesoro estadounidense o fondos globales denominados en euros, pero el subyacente está en dólares. Como consecuencia de ello, la evolución del billete verde respecto a la divisa comunitaria podría llegar a afectar a la rentabilidad de la operación. Además, muchas veces pasa desapercibido un factor que puede tener un impacto enorme en su rentabilidad: el coste de cobertura de divisa. En un entorno de tipos de interés dispares entre la eurozona y Estados Unidos, cubrir o no cubrir la exposición al dólar puede ser la diferencia entre obtener un retorno positivo o sufrir una pérdida, incluso cuando el activo subyacente se comporta bien.

Hoy, más que nunca, invertir no es solo una cuestión de rentabilidad: es una herramienta para protegerse. Los perfiles de riesgo nos ayudan a definir cómo hacerlo, pero el objetivo de fondo es el mismo para muchos inversores: mantener el poder adquisitivo en el tiempo. Desde los más conservadores hasta los más dinámicos, cada estrategia debería construirse teniendo en cuenta dos cosas: la tolerancia al riesgo y el horizonte temporal. Mientras un perfil prudente buscará preservar capital y minimizar sobresaltos, uno agresivo asumirá más volatilidad a cambio de mayor rentabilidad esperada.

Opinión

Pocas frases han sobrevivido tantas primaveras en el imaginario financiero como "Sell in May and go away". La máxima sugiere que los meses de verano son menos rentables para los mercados bursátiles, por lo que sería mejor retirarse en mayo y regresar cuando llegue el frío. Como ocurre con muchos dichos de mercado, hay algo de base estadística, pero también mucho de simplificación peligrosa.

Cuando pensamos en inversión, solemos imaginar gráficos en movimiento, balances de empresas y complejos modelos financieros. Sin embargo, lo que realmente determina el éxito o el fracaso de un inversor rara vez se encuentra en una hoja de Excel. La mente humana es un campo de batalla donde las emociones, los miedos y el exceso de confianza compiten por el control de nuestras decisiones financieras. El dinero no es solo un activo, es una fuente de seguridad, estatus y, en muchos casos, ansiedad. Esto hace que nuestras decisiones de inversión sean cualquier cosa menos racional. ¿Cuántas veces has dudado en vender una acción en pérdidas por miedo a equivocarte? ¿O has comprado un activo solo porque parecía que “todo el mundo” lo hacía? Estos comportamientos no son casualidad, sino el reflejo de sesgos psicológicos que afectan incluso a los inversores más experimentados. Aquí es donde entra en juego la psicología financiera, también conocida como Behavioral Finance. Esta disciplina estudia cómo las emociones y los patrones de pensamiento influyen en la toma de decisiones económicas, desafiando la idea de que los inversores siempre actúan de manera racional. En la práctica, los mercados no solo se mueven por fundamentos económicos, sino también por miedo, euforia y sesgos cognitivos que llevan a los inversores a cometer errores predecibles. Pero ¿cómo funcionan exactamente? ¿Por qué nos dejamos llevar por ellos? Y, lo más importante, ¿cómo podemos proteger nuestras inversiones de nuestra propia psicología? Para responder a estas preguntas, primero debemos entender los sesgos más comunes y la forma en que moldean nuestro comportamiento financiero.