Alejandro Páez Varela
Domingo. Me hubiera gustado salir y encontrarme a todos con cubrebocas, pero no. Estamos en emergencia; en toda la Ciudad de México quedan 686 camas para atención general y 365 de terapia intensiva y en los puestos de comida se arremolina la gente por unos tacos de barbacoa (que supuestamente son para llevar) y por las quesadillas. En el Centro Histórico exactamente lo mismo. Miles y miles que decidieron retar al coronavirus. Miles y miles que por voluntad propia arriesgan su vida, la de sus hijos y sus padres, y de paso la de todos los demás. La emergencia implica cerrar negocios y dejar sin ingresos a cientos de miles. Eso no los contiene. No soy fan de la iglesia católica pero este día lanzó regaños: “parece que no entendemos”, dijo a través de su órgano oficial. No, no parece: es claro que no entendemos. Es domingo y miles le tientan las barbas al toro por un antojito o por juguetes para los niños. Esos niños, me digo, que agradecerían más tener unos padres sanos y unos abuelos vivos. Pero no se entiende.